No se puede dar juego a la extrema derecha sin que la extrema derecha acabe haciéndose suyo el juego, siempre con jugadas imprevisibles o, directamente, con trampas. Lo ocurrido en Francia parece demostrar que la política del cordón sanitario no es suficiente para frenar el crecimiento de la extrema derecha, pero que levantando el cordón la capacidad de la extrema derecha de condicionar toda la situación (hasta el punto decidir quién gobierna y quién deja de gobernar) se multiplica exponencialmente.
El presidente Macron y su primer ministro Barnier creyeron que se podían apoyar en el Reagrupamiento Nacional de Le Pen para arrinconar a la oposición de izquierdas, y el resultado es que Le Pen ha echado a Barnier y está a punto de derribar también a Macron. Sin embargo, Macron no habrá tenido suficiente porque piensa repetir la misma jugada: poner a un nuevo primer ministro de derecha más bien dura a fin de contentar a la extrema derecha. El presidente de la República Francesa está convencido de que se trata de ser rápido para que Trump no llegue el fin de semana y lo encuentre sin primer ministro, pero tal vez se trataría de no forzar tanto, ni con un sesgo tan sectario, sus atribuciones como a presidente.
Hablando de sectarismos, el Nuevo Frente Popular ha cometido un grave error haciendo la pinza contra Barnier y Macron con la extrema derecha, y es posible que tengan ocasión de comprobarlo si el próximo mes de julio se repiten las elecciones. La prioridad de Marine Le Pen será en adelante romper todo lo posible las piernas a la coalición de izquierdas, y contará con la ayuda inestimable de las divisiones internas de la misma izquierda: de momento los socialistas y la Francia Insumisa (el partido del viejo trotskista y nacionalista Mélenchon) han reavivado sus agrias discrepancias internas. Las consecuencias de todo esto son ruinosas para la política francesa –posiblemente también para la economía– e inquietantes para la Unión Europea. Hay que empezar a entender, por cierto, que incluso el antieuropeísmo o el euroescepticismo de la extrema derecha es también mentira: no quieren impugnar las instituciones europeas y su poder, ni mucho menos derribarlas, sino sencillamente controlarlas.
En versión española, el PP toca ahora con las manos la resaca de los pactos con la extrema derecha de Vox, que se niega a aprobarle los presupuestos en distintas comunidades autónomas (incluido el País Valenciano, pese a los destrozos de la DANA, y Baleares) si no acceden a sus exigencias. Que también podemos olvidarnos de adjetivar como descabelladas o locas, sino que son, de nuevo sencillamente, las exigencias de la extrema derecha, es decir: iliberales y contrarias al bien común y a la democracia. El comportamiento de la extrema derecha se basa siempre en la desestabilización, en hacer entrar al resto de partidos en dinámicas incontrolables y hacerlos caer en las propias contradicciones y en las trampas que ellos mismos tienden. Es lo que le ha sucedido ahora a Macron y a todo el sistema político francés. Salgan como salgan de esta crisis, quien ha ganado es Marine Le Pen.