Yuval Raphael durante su actuación en el festival de Eurovisión
21/05/2025
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Cuanto más sube de volumen el clamor de la opinión pública internacional contra el genocidio en Gaza, más se complacen el gobierno y el ejército de Israel en intensificar los ataques y demostraciones gratuitas de poder e impunidad. El Festival de Eurovisión, que hace mucho tiempo que no es más que una apoteosis de la roña y la caspa, se convirtió el sábado por la noche, en la edición de este año desde Basilea, en el escaparate de un ensañamiento que, con el añadido de la frivolidad festivalera, se volvía aún más cínico y ofensivo. Hace muchos años que la música es la gran ausente de un supuesto certamen de la canción, consagrado (como buena parte de la actual industria musical) a unos chirridos insufribles que oscilan entre el melodrama más decadente y el baile zombi de discoteca turística. Pero, vaya, la cosa va de disfraces y de lentejuelas, y ahí está Eurovisión para quien le guste.

Ahora bien, el digamos juego que se organizó entre el festival y el estado israelí a cuenta de la actuación de su representante fue macabro: no solo Israel quedó segundo en el ranking mediante el televoto (una manera de convertirse en ganador haciendo trampas sin proclamarse ganador por completo), sino que la actuación estuvo sincronizada, por decirlo de alguna manera, con la continuación de los ataques del ejército sionista contra la población civil de Gaza. Durante la misma noche del festival, en la Franja se masacró a más de un centenar de personas por bombardeos, incluyendo a 34 víctimas en una zona supuestamente segura como el campo de desplazados de Al-Mawasi. Como casi siempre, una gran cantidad de las personas asesinadas eran niños. Como siempre, también, Israel se justifica con rutinarias, frías, falsas excusas: que había terroristas de Hamás escondidos, que la propia gente de Gaza utiliza a sus hijos como escudos humanos, etc. La carnicería de la madrugada del domingo no era un hecho aislado, sinó que formaba parte del genocidio en curso ordenado por el gobierno de Israel y consentido por la comunidad internacional. Pero servía de sangrienta respuesta a la presión de la opinión pública internacional, que en los días anteriores había intentado que a Israel no se le permitiera participar en el certamen. No solo participó (uno de los patrocinadores principales de Eurovisión es la empresa israelí de cosmética Moroccanoil), sino que profirió amenazas, vetos y censuras contra los medios críticos con Israel, quedó segunda y, lo más importante, lo celebró con un nuevo baño de sangre.

Desde octubre de 2023, Israel ha asesinado a más de 52.000 personas en Palestina, ha hecho que una población de dos millones viva en un desplazamiento continuo, ha atacado hospitales, escuelas y campos de refugiados y desplazados, ha impedido la llegada de la ayuda humanitaria y ha hecho morir a la población de hambre. Todo esto son crímenes de guerra y contra la humanidad. En España, el Festival de Eurovisión tuvo una audiencia máxima de un 59,7%, con más de seis millones de espectadores; en Catalunya alcanzó un 63,8%, con más de un millón.

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