Ya nos queda poco por llegar al primer puesto. En el podio, en lo más alto. Y lo haremos. Lo lograremos. Porque los catalanes de las piedras hacemos panes, o croissants. Pero ahora somos cuartos. El catalán es su cuarto motivo de discriminación en Barcelona. Enfrente tenemos el racismo y la xenofobia, las enfermedades y todo el universo LGTBI. Y después la lengua propia del país. Que baje Dios, o un selenita tragando una ensalada de plexiglás, y lo vea.
Marginados realmente, espiritual y científicamente. Lo dice el Informe del Observatorio de las Discriminaciones en Barcelona 2023. Las hostias con mano como sartén contra el catalán han aumentado un 40% en un año. Y espera. Ocurre en empresas privadas y administraciones públicas. A plena luz del día haciendo la fotosíntesis y en la oscuridad de debajo del mostrador de la trastienda de ultramoda. Estamos a la intemperie. Te tratan distinto, dicen muchas denuncias. Eres inferior. Otros te insultan, te amenazan. Unos difamen, humillan, te niegan. Ciertamente, Barcelona siempre ha sido una ciudad vanguardista de la marginación de las cosas propias que mudan a impropias. Indiscriminadamente. Ahora que somos legales pasaremos a ser ilegales.
Mira cómo fiscaliza todo el mundo en este estado nacional-discriminatorio-sólo-contra-el-catalán. Desde lo que lleva 50 años aquí a lo que lleva un día. Desde el funcionario al turista. ¡Ah, y ahora, a los perros en Barcelona no les hables en catalán eh! Que te pueden morder: “¡En guau-guau cristiano!”. Educados en catalán, con leyes por el catalán, pero nada. Barra libre. Hemos pasado del “Pus hablan catalán. Dios le don Gloria”, a “Pues si habla catalán, hay que marginarlo”. Curioso ese viaje. En Barcelona la lengua se salva porque no hay lengua y ahora que hay lengua nos matan y la matamos. Vamos a “l'ensanche”.
“Los jornaleros que trabajan: son los que hacen correr por Barcelona este enjambre de noticias que, buenas o malas, por todo circulan sobre las ventajas y desventajas delensanche (tenemos que decir ensanche!)", escribe el periodista Robert Robert en 1865. Barcelona hace bum-bum. Hiroshima mon amour con las murallas reventadas. Nace una nueva Barcelona. Y la gente también peta, porque más vale charlar que reventar. Y de la boca de aquellos barceloneses encerrados, enchubados en la ciudad vieja sale la lengua como ametralladora: puesto, enredar, lavado, fandillas, entonces, movimiento, así... Uno no parar de lo que llevan dentro. Lo que salía del hocico lo envasaron al vacío como bebida refrescante energética y lo pusieron en el papel. Copy-paste.
Pam, palmo, palmo. Manejan el mortero con músculo. Y hacen alioli, romesco, ketchup. Así renace la lengua: de la oralidad a la escritura. Escriben cómo sienten: oreja y corazón. Así brotan, después de la ilegalización y el genocidio de 1714, revistas, periódicos, libros, pasquines, papeles... en catalán. La lengua de aquellos barceloneses, de aquellos catalanes, sólo estaba en el aire y la supieron bajar a la tierra. Se llama descarga de la nube: download. Ahora no está en el aire y dejará de estar en la tierra y no podremos subirla (upload) ni a un árbol. ¡Plafo! Plof! ¡Pum!
Podemos decir mucho y sentir aún más, pero sin bocas como aquellas del siglo XIX que no paran de disparar, ametrallar, bombardear no hay lengua, tampoco ciudad, ni país. Hay una culpa que es nuestra: no hablar. Y otra que no es nuestra, pero que sigue siendo nuestra. Lo dejó escrito Robert Robert aquellos días perennes, continuos, eternos que llegan hasta hoy: “Siempre la Rambla, como todo lo de España, comienza por eclesiásticos y termina con soldados”. Estamos siempre en la rotonda de la Rambla. Sin encontrar la salida. Sin palabras. Jadeando sonidos, como animales perdidos, amenazados, heridos. Pasando de nación a discriminación. En corral, en jaula, en matadero.