Hay para alarmarnos

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Ropa de pijama ondeando al viento.

Se nota que este gobierno español es lo más progresista de la historia por la libertad que da a sus comunidades súbditas. Ahora que se acabará el estado de alarma cada una podrá decidir sus propias restricciones. Que la última palabra la tenga el Tribunal Supremo no hace nada más que darnos tranquilidad. Se ve que vamos tan sobradas de confianza en la justicia que ya podemos poner en sus manos también las vulneraciones de derechos que se deriven de la pandemia. Del resto de vulneraciones de derechos ya se ha ocupado, con éxito, anteriormente. Todo continuará yendo bien. Vosotros no sufráis, que ya sufro yo. 

Ha habido más de un año para pensar en cómo salimos de aquí y tengo la sensación que este final de estado de alarma pilla a todo el mundo en pijama. No es una imagen agradable. La gente cuando se compra un pijama no acostumbra a pensar que en algún momento se lo puede ver algún otro. Se acaba esta excepcionalidad pero la pandemia continúa y la mayoría de la población no estamos vacunada. Podremos volver a quedar a cenar con las amistades por el horario pero continuaremos con la intranquilidad de contagiarnos. Con todo lo que hemos aguantado hasta ahora, sería muy mala suerte. Explícale al virus que llevas más de un año haciendo las cosas bien. Que has hecho todo lo que te han dicho. Que no has visto prácticamente a nadie. Que has ido a trabajar y te has encerrado en casa todas las noches. Que no has salido de tu municipio. Que te has perdido otra primavera. Explícale que se te está haciendo todo tan largo que has decidido que tú ya no puedes tener fiebre, ni perder el gusto, ni el olfato ni pasar por dónde han pasado millones de personas en todo el mundo. Dile que lo único que permites que se te empañe es el espejo del lavabo después de ducharte. Que ya no puedes más y encima eres de las privilegiadas. Se acaba el estado de alarma pero todavía no se han activado todas las alertas para cuidar este estado mental fragilísimo de buena parte de la población y que es la gran factura que ya estamos pagando. Diga lo que diga el Supremo. 

La urgencia económica es extrema. Entre otras cosas porque en ningún momento se ha pensado seriamente en qué alternativas ofrecía una parada mundial como la que hemos vivido. No se ha hecho un plan que repiense nuestra manera de vivir. Al contrario. Se refuerzan, como si hiciera falta, las multinacionales salvajes y se desprecian las voces pequeñas que lo son, solo, porque tienen menos capacidad financiera. Les dan, eso sí, los premios y el reconocimiento. Pero no el poder. El privilegio no se redistribuye porque el miedo nos marca el camino. Lo dejamos en las manos de siempre y aceptamos la derrota. Autorizamos que nuestras vidas dependan de quienes mueve los hilos porque nosotros ya tenemos suficiente trabajo con salir adelante un día tras otro. No es un reproche. Es una evidencia. Hace más de un año que el mundo entero se paró y cuando parece que vuelve a poner en marcha muy cerca de la antigua normalidad, estamos dispuestos a subir de nuevo y llegar a tiempo a cobrar la jubilación. No sé si podemos hacer mucho más como humanidad. Quizás la culpa la tienen, como siempre, las expectativas. Y mira que vienen frenadas en comparación con el pasado. 

Amazon no pagó el 2020 ningún tipo de impuesto sobre sociedades en ocho estados europeos donde facturó 44.000 millones de euros, entre ellos, España. Lo pudo hacer legalmente gracias a facturar en una sociedad situada en Luxemburgo. El paraíso es un concepto muy particular y demasiado exclusivo. No suenan las alarmas de ningún estado, cuando esto pasa, porque pasa gracias a todos los estados. Lo que os decía. La semana que viene será una semana nueva pero no será diferente.

Natza Farré es periodista

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