El presidente ruso Vladimir Putin
31/03/2022
2 min

Como en todas las guerras, están los hechos y después está la propaganda. Normalmente la segunda, más que responder a la realidad, la envuelve y la condiciona. Resulta obvio que el campo de batalla mediático es decisivo, tanto de cara adentro –para marcar el relato entre la propia ciudadanía, incluidos los soldados– como de cara afuera –para desmoralizar al enemigo–. Ahora mismo, en el caso de Ucrania, la contienda se libra crudamente sobre el terreno, se libra nada sutilmente en los medios de comunicación y las redes sociales y, además, también se libra estratégicamente en la economía. Los tres escenarios están interrelacionados, y a veces el movimiento en uno de estos flancos enmascara lo que pasa (o no pasa) en otro. Por eso cuesta tanto entender el sentido de algunas decisiones y, más todavía, saber quién está ganando y quién está perdiendo la guerra.

Desde el lado ucraniano, el argumento central es que resistir es vencer: no solo el ejército ruso, sino seguramente la mayoría de analistas a priori habrían apostado por un paseo militar ruso hasta Kiev. En cambio, más de un mes después la situación está trabada, hasta el punto que esta semana Moscú ha ofrecido una supuesta retirada o renuncia a seguir avanzando hacia la capital ucraniana. Pero tanto desde los cuarteles centrales ucranianos como desde la OTAN han interpretado este pretenso gesto como una reorganización para construir una gran ofensiva en el frente este. En paralelo, además, las fuerzas rusas han mantenido el asedio brutal a Mariúpol y Járkov, sin concesiones. Por lo tanto, más que de una distensión estaríamos ante un estrategia militar y una maniobra diplomática propagandística.

También en el campo económico hemos asistido a una jugada comunicativa del Kremlin para asustar la opinión pública occidental, dando a entender un corte del suministro gasístico. Primero se presentó como obligación el pago del gas ruso con rublos, con el deadline de este viernes, 1 de abril; después se suavizó la amenaza afirmando que habría una vía intermedia (pagar con dólares o euros a un banco ruso, el cual a su vez los convertiría en rublos: esto es lo que al final pasará), y a continuación Putin en persona pareció que volvía a la línea dura, que finalmente no se producirá. O sea: Putin ha conseguido marear a Occidente y pasar ante los suyos como resoluto e implacable.

Da la sensación, sin embargo, de que igual que su ejército está cometiendo errores o, en todo caso, mostrando debilidades impensables en lugar de la superioridad arrolladora que a priori se le suponía, también en el campo económico las amenazas esconden dudas más que razonables sobre la capacidad de maniobra de Rusia. Naturalmente, en este flanco económico resultará clave el papel que acabe jugando China, que todo el mundo intenta arrastrar hacia su lado: este mismo viernes Bruselas recordará a Pekín, en la vigésimotercera cumbre bilateral –que esta vez será virtual–, que Europa es el principal socio comercial de los chinos y que, por lo tanto, no se entendería que ayudaran a Moscú. Hace unas horas, en cambio, el ministro de Exteriores ruso hacía bandera desde Pekín mismo de su buena relación con su homólogo. También habrá que leer la guerra con ojos chinos.

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