El 28 de marzo de 1932, en un piso del Eixample de Barcelona ya habían pasado más de 2.000 personas. Durante cinco meses. Diez-doce todos los días. Unas treinta el fin de semana. Solo era un piso: de los 16.000 que había para alquilar en la ciudad. Precios altos: 190 a 200 pesetas al mes. Propietarios que no querían descender. Y inquilinos que no llegaban. Los fantasmas, almas en pena, ectoplasmas, fueron los mejores inquilinos. Esto estaba aquí, pero más abajo?
Estamos en Barracòpolis, la otra Barcelona. Aquellos días republicanos había unos 30.000 chabolistas en las faldas de Montjuïc, o en los campos minados de descampados de todos los distritos. Barracas en las que vivían inmigrantes recién llegados y pobres. El alquiler mensual de una chabola: entre 20 y 30 pesetas. Con vistas y todo tipo de comodidades: lluvia, frío, viento, enfermedades, mierda... Como decía un profesional de las barracas: “El verdadero origen de este incremento de Barracòpolis se debe, indudablemente, a la aceleración de crecimiento de Barcelona”. Con la Guerra y franquismo todo mejoró mucho.
En 1945 la gente gritaba “¡ ¡Un piso, por favor!” con Dolby Surround. En los treinta se construían en Barcelona 2.000 casas al año. En los cuarenta sólo 200. No era necesario. casas, torres... Hoy todavía viven y no les han devuelto a sus legítimos propietarios. llegaban, pero con desembarco de pobreza, enseguida supieron que había otra Barcelona posible: la Barracópolis republicana pasó a ser la de “los trogloditas de la carretera”. Miles de personas construyen rascacielos horizontales barraca. En Esplugues, Cornellà, L'Hospitalet... se tomó nota. Empezaba la era de la Cataluña real: construir una Cataluña de cemento sobre la Cataluña natural.
Los ataúdes de mortero, las granjas de personas, pasaron de horizontal a vertical. Barcelona, Baix Llobregat, Vallesos, pero también Lleida, Tarragona, Girona... La Costa Brava es una Costa Domesticada; la Costa Dorada, una costa Detergente. Toda Cataluña queda enterrada de cemento. Un parquing con plantas y plantas de hormigón. Bajo pueblos y pueblos. Personas muertas en vida. Enterrados por el mortero. Todo con fisonomía de losa de RIP. Skyline de zombies de hormigón. Pero Cataluña gira y no avanza. Y que se hicieran tantas rotondas en el país, vía espiritismo del portland, ya quería señalarnos la dirección de la salida final.
Un ejército de cadáveres de cemento ocupa Cataluña desde las últimas décadas. Pisos y pisos que un día viven un coitus interrupto. Aquí los tenemos como homenaje alzado a los asesinatos. En la codicia humana, en la miseria, en la locura colectiva. Edificios saqueados, destrozados, mortales. Existe un problema con la vivienda, con el alquiler. Ciertamente. Pero también, seamos claros y decimos la verdad. Hay una esperanza, una posibilidad: los cementerios. Grandes zonas residenciales. Millones de chalés, de torres individuales. Para vivir en paz. Calma, sosiego. El sueño de una Cataluña ordenada, aseada. Con vistas, posibilidades, económico. Será el sitio para vivir, en vida, y para acabar muriendo sin moverte de sitio.