La gente que vive nuestra vida estaba de vacaciones. Unos haciendo castillos de arena, recogiendo piedras, zambulléndose mirando pescados, y otros poniéndose crema protectora o participando de la ficción de que la playa es un buen lugar para leer y que al día siguiente empezaban la dieta. Los menos afortunados de los afortunados estaban con camiseta bajo un ventilador calculando la factura de la luz, miraban por la ventana la ciudad medio dormida o se preparaban para salir a buscarse la vida. El 15 de agosto el tiempo pasaba lento y la historia se precipitaba. De hecho, la vida se acababa para millones de mujeres que aspiraban a una vida como la nuestra.
Las noticias de Afganistán, con la llegada de los talibanes a Kabul y las tropas de los EE.UU. replegándose en el aeropuerto, se comparaban con la derrota norteamericana en Vietnam. Los aviones elevándose con los afganos luchando en las pistas por una plaza que los sacara del infierno talibán recordaban a los helicópteros que en 1975 evacuaban la embajada norteamericana en Saigón tras la entrada del ejército popular de Vietnam y Vietcong. Tras veinte años de intervención militar con un balance de 2.400 soldados norteamericanos muertos y 20.000 heridos, los EE.UU. protagonizaban una derrota vergonzosa, acelerada por la fuga del presidente afgano sin ni siquiera avisar a su ministro de Defensa y por la descomposición del ejército, que bajó los brazos. La ficción del estado afgano que se había construido durante veinte años desaparecía.
Un acuerdo incumplido
Desde la firma del acuerdo de paz en la capital catarí, Doha, el 29 de febrero de 2020, entre el gobierno de los EE.UU. y los talibanes, los islamistas se habían ido preparando para incumplirlo. El 25 de junio, un tercio de los distritos afganos ya estaban en manos talibanes, y el 3 de agosto ya eran más de la mitad, mientras el gobierno norteamericano todavía “exploraba si los talibanes se tomaban en serio la resolución del conflicto”, en palabras del secretario de Estado, Anthony Blinken. El acuerdo, pactado al margen del gobierno afgano aliado, incluía un tiempo razonable para la retirada de las fuerzas internacionales y de sus colaboradores y el teórico compromiso de evitar el uso de territorio afgano por cualquier grupo o individuo que actuara contra la seguridad de los EE.UU. y sus aliados, específicamente miembros de Al Qaeda o Daésh, los más fanáticos de los fanáticos. El acuerdo ha quedado en papel mojado y la evacuación acelerada de civiles, tropas y armamento se ha hecho de manera apresurada, dramática y bajo la amenaza permanente de una nueva masacre como la de jueves, cuando un suicida acabó con la vida de al menos 170 personas, entre las cuales 13 militares de los EE.UU..
Parece incomprensible la cadena de errores de la coalición internacional liderada y condicionada por las tropas norteamericanas, y su precipitación, teniendo en cuenta que en 1989, cuando la Unión Soviética se retiró del país, estuvo durante tres años preparando a sus aliados afganos para resistir a los muyahidines.
La retirada estaba anunciada, pero ningún experto esperaba el paseo militar de los talibanes ni la caída del régimen político como un castillo de cartas, ni el retroceso de veinte años en una tarde. Nuestra gente normal, la que se parece a ti, lector -y que no tiene nada de normal en mitad del planeta-, asistía a un hecho que marcará la política internacional durante décadas y que condena a la desaparición a millones de mujeres.
La retirada militar occidental de Afganistán no es un tema menor. Afganistán es hoy un punto de inflexión en el papel de los EE.UU. en el mundo -y también en el papel de sus aliados de la OTAN-, en las ambiciones estratégicas de China y Rusia y en la capacidad desestabilizadora del fundamentalismo islamista en muchos países del mundo donde el mal gobierno, la corrupción y el abuso refuerzan las posiciones yihadistas. Como en el Yemen, en Somalia o en Siria.
¿Y las mujeres?
¿Qué futuro espera a las mujeres que durante los últimos veinte años han podido estudiar, vestir libremente y salir solas a la calle, hacer política, cantar, bailar, ir en bicicleta o hacer volar cometas?
La competencia interna dentro de la galaxia islamista que hoy se disputa Afganistán hace prever días de violencia y represión. De hecho, una de las primeras decisiones de los talibanes en Kabul fue sacar de prisión al líder del Estado Islámico del sur de Asia y matarlo. La competencia es entre rigoristas que en ningún caso protegerán los derechos de las afganas. De hecho, ellas fueron las primeras que desaparecieron de la calle. Las palabras de moderación de los talibanes tienen poca credibilidad. Solo hay que esperar a la retirada total de las tropas y ver qué pasará a través de los ojos indiscretos de los periodistas extranjeros para saber si las mujeres afganas se quedan una vez más sin voz.