La observadora

Hundirse como piedras

Ilustración
09/09/2025
Directora del ARA
3 min

El escudo de la Generalitat fue el único símbolo que enmarcó el apretón de manos entre el president Illa y el president Puigdemont. El reconocimiento de la institución, recuperada tras la suspensión de la autonomía, por parte de los líderes del PSC y de Junts per Catalunya es una buena noticia. El escudo y dos ficus tristes, ninguna bandera para no irritar a nadie.

Tras los hechos del 2017, la Generalitat fue cuestionada desde el españolismo y el independentismo más rigurosos. El PSC apoyó la suspensión de la autonomía y el propio ex president Torra calificó la institución "de obstáculo para la independencia", como si fuera una gestoría. Hoy nadie pone en duda que la Generalitat es el gran instrumento para la defensa del país, y esta no es una cuestión menor.

La reunión de Illa y Puigdemont es una buena noticia para los que quieren hacer política y para los ciudadanos, que ven cómo el mundo cambia profunda y aceleradamente sin esperar a nadie. Y nadie es nadie, como comienzan a saber los vecinos franceses, inmersos en una crisis económica y política irresoluble. El ambiente está enrarecido en una Europa donde la extrema derecha avanza, Estados Unidos actúa de forma arbitraria en el ámbito comercial desestabilizando el comercio internacional, el envejecimiento y la inmigración cambian la sociedad, la inteligencia artificial impactará sobre el mercado laboral y el estado del bienestar es difícilmente sostenible. Los malos resultados de la escuela y las tensiones en la sanidad, cuando se invierte más dinero que nunca, son la muestra más visible de que las costuras del sistema de protección social están a punto de reventar.

Para Puigdemont, la reunión de Bruselas es el reconocimiento que exigía, la amnistía política que reclamaba mientras permanece en el exilio. Para Illa, una condición necesaria pero no suficiente para explorar acuerdos que permitan la supervivencia del gobierno de Pedro Sánchez, y en el ámbito interno el reconocimiento de Puigdemont de que el president de la Generalitat es hoy socialista y tiene plena autoridad institucional.

Para los socialistas, la fotografía contribuye a ir desinflando el efecto Puigdemont, pero no se sabrá cuál es su capital político hasta que la amnistía sea completa y el ex president vuelva a Catalunya. El regreso de Puigdemont con honores no es un detalle de protocolo; será el cierre definitivo de una etapa marcada por la incertidumbre, la provisionalidad y un liderazgo emocional, indiscutido, alimentado por la injusticia de la represión.

Mientras tanto, Junts per Catalunya se equivoca aplazando el reto de la reconstrucción. Una formación que nació de la urgencia y de la hegemonía personal de Puigdemont necesita hoy una evidente recapitalización humana y política. No se trata únicamente de reorganizar las siglas, sino de dotarlas de contenido, de relato y de liderazgos que vayan más allá del recuerdo permanente del pasado y el fracaso del proyecto del 2017.

En este contexto, la salida del partido y del Parlamento del ex conseller de Economía Jaume Giró pone en evidencia las tensiones internas de una formación que ha ahogado el debate y donde las críticas a la estrategia política se hacen en privado y las decisiones se toman de forma unipersonal y se comunican a una pequeña cápsula de no más de cuatro personas de gran confianza del líder. La carta de despedida de Giró es demoledora cuando asegura que los dirigentes de Junts anteponen los intereses de partido a los intereses del país.

Sin liderazgos nuevos, que tengan credibilidad y capacidad de interpretar el país de hoy y el que viene, Junts corre el riesgo de convertirse en irrelevante. Hoy su fuerza es su capacidad de influencia sobre el socialismo español, pero tendrá difícil renovarla si no hay un proyecto claro dirigido al soberanismo de centro liberal. Ideológicamente, hoy es una amalgama heterogénea que desconcierta a muchos de sus votantes y no pocos de sus alcaldes. El ciclo se cierra, y solo la política –entendida como ejercicio de responsabilidad y visión de futuro– puede abrir uno nuevo. Los efectos de la injusticia son finitos y los electores esperan propuestas en tiempos de incertidumbre.

Como escribía Bob Dylan, los tiempos están cambiando: "Admitid que el agua que os rodea va subiendo. Y aceptad que pronto estaréis empapados hasta los huesos. Si el tiempo vale para vosotros, es mejor que empecéis a nadar u os hundiréis como piedras, porque los tiempos están cambiando".

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