La ilusión óptica de cada día

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Un hombre habla a través de un megáfono.

Por último, The Crown ha salido de Netflix y se ha plantado en la realidad: Kate Middleton tiene cáncer. Las semanas de incertidumbre habían desatado la especulación a partir de un regreso a ese pasado en el que la palabra cáncer estaba maldita y necesitaban eufemismos –por cierto, tan poco afortunados como el mal malo— o incluso se debatía si a los pacientes se les comunicaba o no el diagnóstico. Quizás dos cánceres en cales Windsor eran demasiados y optaron por la ilusión óptica de cada día, en un tiempo en que la concentración de fake news es tan alta que debemos empezar a aprender a discernir la realidad de la ficción, que entran y salen de la pantalla como en el filme de Woody Allen La rosa púrpura de El Cairo, con el riesgo de no saber en qué parte del cine somos, si somos espectadores o si somos protagonistas, si somos personas en la platea u onda-materia en el canal de luz. Oppenheimer es también cine.

Cuando Ponç Pilato preguntó a Jesús “¿Qué es la verdad?” (Juan, 18,38), tiempo de Semana Santa, Jesús calló, el silencio más elocuente del Evangelio, manifiesto implícito de la libertad de conciencia Dos mil años después, a partir del tándem imparable entre política y periodismo, la alianza maléfica entre los tres poderes y el cuarto, Montesquieu y Ostrogorski, podemos quizá afirmar con pesar de que la verdad tiende a ser una categoría holográfica del universo virtual

La mentira y la desinformación quieren tan bajas como los adjetivos que despreciaba a Roland Barthes y es complicado definir nada con certeza en este ámbito tan espurio de lo público, la opinión pública, la publicidad, los publicanos y los publicadores La maquinaria y los hardwares del engaño están tan bien engrasados ​​que algún colega con tiempo, en tiempo electoral, podría hacer un escandallo del que no se ha cumplido de los programas de los últimos comicios, una especie de baremo de la mentira , que sería de más ayuda para ajustar el voto que volver a escuchar acríticamente nuevas promesas de campaña en plan Scarlett O'Hara-Vivien Leigh en las escaleras de Tara: “A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre” , que tendremos una financiación como los vascos, que los trenes irán a la hora, que haremos desaladoras y trasvases, que levantaremos la DUI, que el federalismo es posible y el referéndum pactado también y que la nave insignia del ingenio será el Senado inscrito en el registro de la propiedad del PP convertido en cámara territorial.

El periodismo y la propaganda se mezclan tanto como la realidad y la ficción, y el asentamiento de la dualidad hace que haya una gente que se cree la mentira, ¡la fiabilidad de la mentira!, y otra que niega la evidencia y una u otra la reflejan en la papeleta que depositan en la urna, felices como anises por ser alguien imprescindible en la “fiesta de la democracia”. Votar es ser alguien.

El Proceso ha sido objeto doble en la dialéctica cierto-falso. Dado que las falsedades fundamentales se han consolidado, han establecido jurisprudencia e incluso se han traducido en castigos penales injustos, hoy el terrorismo se ha extendido a cualquier forma de disidencia y llega a condicionar la amnistía por unos delitos que nunca existieron. La negación del principio de la realidad es el principio de la esquizofrenia, nos enseñaba el doctor Delfí Abella en sus clases magistrales de psiquiatría. Ya estamos definitivamente en una sociedad psicótica que debe hacer terapia para averiguar qué es cómo es y qué es manipulado. ¿Realmente en la Casa Real española son tan estultos que dejan retratar al rey ya la princesa de Asturias vestidos de ir a reconquistar a Perejil bebiendo un vino tan peleón ¿que la marca es el retrato del Generalísimo? ¿Quieren hacernos creer que los colegas deelDiario.es ¿se encapucharon por ir a buscar información de malos modos en casa de la señora Ayuso y su angelical pareja?

"Vingt años aprendido" del 11-M, hemos recordado no los tres mosqueteros de Dumas sino las mentiras de estado del Trío de las Azores con las armas de destrucción masiva para justificar una guerra, ¡una guerra!, y la de su tercio español por tentar de ganar unas elecciones a expensas del atentado más grave de la historia de España. La mentira, en este caso, fue justiciera y envió a los "ha sido ETA" en la oposición. Pero desgraciadamente la mentira estructural ha llegado para quedarse y ha arraigado, deberemos comprar polígrafos sociales para detectarla y mascarillas no dañadas por la corrupción para no respirar la contaminación moral resistente a “lo que el viento se llevó”.

Siempre nos quedará la intimidad cantada de Aute, "todo se mentira menos tú", y la exigencia ética y estética de Espriu: “Diremos la verdad, sin reposo, / por el honor de servir, bajo los pies de todos”. Y, en esta maravillosa región del arte, me quedo en su esplendorosa manifestación en la novela La casa tapiada (Comanegra), de Julià de Jòdar. El autor demuestra, con excelencia narrativa y excelente prosa, que quizás el único debate que vale la pena entre la realidad y la ficción es el literario. Jódar forma parte de la estirpe condenada por García Márquez a los cien años de soledad de los épicos, de los padres de la novela que zarpan con las naves de Homer y Virgilio y atracan en los puertos de Grossman, Coetzee, Saramago, Borges. O sobre todo, Philip Roth, que se convierte él mismo en personaje de su ficción, como Jòdar cuelga fotos antiguas en Twitter identificándose con el nombre de su alter ego, Gabriel Caballero: la foto es real, pero él es el suyo personaje.

Julià de Jòdar traza una derrota náutica en busca de la realidad que hay detrás de la ficción, y empadrona en su libro los episodios nacionales de la parte de los siglos XX y XXI que le ha tocado vivir, conjugando en primera persona del singular y primera del plural, el yo y el nosotros; la intimidad, la cultura, la política. En el desánimo de la irreversibilidad de la hegemonía de lo falso, que culminará la inteligencia artificial hasta convertir en burros a los inteligentes naturales, el elogio apasionado de Julià de Jòdar me dice que en el dominio lingüístico de la belleza siempre nos quedará un espacio donde la convivencia entre la realidad y la ficción pueden explicar el cáncer de la forma más humana posible. Y, en ese hábitat maravilloso, no vamos a discutir morbosamente si el vídeo de Kate Middleton es auténtico o un invento informático.

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