La ilusión de los radares parentales

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Hay quien cree que los padres y madres tenemos un radar para detectar las violencias sexuales que pueden sufrir nuestros niños. Si alguien lo encuentra algún día, que nos lo haga saber, porque uno de los principales problemas de los abusos sexuales infantiles es que gran parte restan bajo el silencio impuesto por el único responsable, que es el agresor. Aclarar esto es capital, porque hablar de la posible existencia de estos radares de detección puede llegar a cargar la culpa a aquellos padres o madres que no identifican una situación de violencia que está viviendo su criatura. Insinuar algo así sería una barbaridad, como también lo sería alimentar ciertos mitos que se vinculan a las violencias sexuales y que, durante demasiado tiempo, han encubierto la verdad sobre estos delitos, desviando la atención del problema a aspectos que no son ciertos o que son fruto del desconocimiento. La idea de que las violencias sexuales nunca se cometerían en espacios públicos, expuestas a la mirada de terceros, es una falacia. Desgraciadamente, hay muchos y varios tipos de ejemplos: comentarios, insinuaciones, tocamientos, agresiones sexuales... Son acciones que se cometen por todas partes, en espacios cerrados y alejados de las miradas externas pero también en espacios abiertos, ante la mirada de terceros, aprovechando lo que leen como “oportunidades”. Tenemos una buena retahíla de ejemplos.

Hay que recordar que el 80% de los autores de estos abusos son personas del entorno de las víctimas (básicamente hombres) con quienes mantienen vínculos afectivos y seguros. Personas de confianza que nunca imaginaríamos que pudieran hacer algo así. Padres, tíos, abuelos, amigos de la familia, compañeros de clase... pero también curas, profesores y monitores de tiempo libre, entre otros. Nos podemos resistir a creerlo, porque estos hechos a menudo dinamitan nuestros mitos o nos incomodan, pero ante esta grave realidad no podemos abrazar tópicos que empujan al desconocimiento y alimentan la desinformación, y nos alejan de la realidad. Porque la realidad se muestra en los estudios sobre victimización, en lo que las víctimas de estos abusos nos relatan y no en lo que nosotros podamos opinar.

Aterrizo en el caso de los presuntos abusos sexuales cometidos por un monje de Poblet a una menor, destapados por este mismo diario, donde se informaba que el mismo religioso había reconocido un tocamiento, un detalle nada trivial. Sorprende que a raíz de este caso se hayan escrito artículos y comentarios que han alimentado la sombra de la duda apuntando a posibles denuncias falsas, amparados en una pretensa hipersensibilidad social sobre el tema.

El Consejo de Europa apunta que 1 de cada 5 menores ha sufrido o sufrirá algún tipo de abuso sexual. Como tan solo se denuncian entre un 5% y un 10% de los casos, el 90% nunca tendrán visibilidad. El problema no sería el exceso de denuncias ni las denuncias falsas. Ha costado mucho destapar esta lacra social. Ha supuesto un gran esfuerzo para muchas víctimas romper sus silencios. Entidades como Vicki Bernadet lo han dado todo para que entendiéramos la complejidad y dureza de estos atentados contra los derechos y libertades de la infancia. Alimentar las dudas sobre los hechos o ningunearlos, contraponiéndolos a ejemplos absurdos, no es un acto de valentía, tan solo genera más confusión y desinformación.

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