La cúpula estatal de Vox (el mando, en un partido que, en buena lógica, funciona tan verticalmente como un cuartel militar) ha montado un pequeño psicodrama con la pregunta de si rompen los acuerdos que tienen con el PP para formar gobiernos autonómicos. En el momento de escribir esto aún no se sabe qué decisión habrán tomado, pero es lo más posible es que todo quede en una bravata de cuñado en la barra del bar. La naturaleza de Vox es parasitaria, y el PP (que todavía no se ha rehecho de no haber podido llegar a la Moncloa el año pasado) necesita la cuota de poder –y, por tanto, de dinero– de estos gobiernos autonómicos como el pan que come. Ninguno de los dos partidos tiene ningún interés en soltar las ubres que chupan.
Tiene más interés el motivo por el que gesticula la extrema derecha, que es el desacuerdo con el reparto de migrantes menores no acompañados a las diferentes comunidades autónomas. España es frontera de la Unión Europea, y el hecho de que la política europea en materia de inmigración (recientemente endurecida, poco antes de las elecciones europeas) sea tan influida por las derechas duras, la extrema derecha y los populistas ha generado los momentos más indiscutiblemente negros de los gobiernos de Pedro Sánchez: el encubrimiento de la matanza de hace dos años en la valla de Melilla, y el abandono del pueblo saharaui por parte del gobierno español, en ambos casos cediendo al chantaje de Marruecos . La Unión Europea, mientras tanto, sigue pagando grandes cantidades de dinero a países extracomunitarios para que hagan el trabajo sucio de hundir pateras y matar a sus pasajeros, mujeres y niños, personas desvalidas.
Aun así, la inmigración es, y previsiblemente lo será aún más, la cuestión decisiva a partir de la cual la extrema derecha acabará de hacerse, o no, con el poder en Europa. Se repite, ya casi mecánicamente, que los discursos xenófobos prosperan por culpa de la izquierda, que da discursos bonistas y woke. Es posible, pero existe otra parte del problema, y es que el discurso de la extrema derecha da voz y legitimidad a una parte importante de la condición humana, que es su (nuestra) miseria. El miedo al otro, pero no sólo: el rechazo al pobre, el placer de sentirse superior a alguien.
Luego está la facilidad con la que la derecha, digamos, tradicional, sucumbe a la presión de la extrema derecha. El PP se dobla ante Vox, como Junts ya ha mostrado (ahora también) que lo hace ante Aliança Catalana, que ya está en el Parlament y teme que vaya ocupando espacio con el discurso putrefacto que ya le ha oído todo el mundo a la tal Orriols (muy parecido, ahora que lo hemos recordado, al de Marta Ferrusola). En ambos casos se presenta como patriotismo, y como servicio a los intereses de los compatriotas: son cuestiones complejas, dicen. Y es cierto: todo lo que tiene que ver con la inmigración es complejo, y se puede comprobar (y obtener buena información) en el artículo de Marta Rodríguez Carrera en este diario. Pero la complejidad no debe ser la excusa para ceder a las embestidas de quienes pican la piedra del odio, de la bajeza y del crimen contra quien no puede defenderse.