Una multitud en una imagen de archivo.
03/03/2025
Abogado y escritor
3 min

Lo siento, pero sólo hay dos caminos. Con todos los matices e intensidades que se desee, son principalmente dos. Pongámonos como meta el éxito: imaginemos que el éxito es una Cataluña fuerte nacionalmente, convivencial y con un gran consenso social en valores, donde la lengua y la cultura catalanas gozan de una buena salud y pueden plantearse más el crecimiento que la supervivencia. Imaginémonos por un momento que hemos llegado. En esta hipótesis hay dos opciones: girarnos hacia atrás y decir "hemos llegado porque dijimos lo suficiente, porque supimos poner barreras, identificamos lo autóctono y lo salvamos de la excesiva contaminación foránea", o bien girarnos hacia atrás y decir "hemos llegado para que nos abrimos la cultura y nos ha hecho nuevos catalanes". Es decir: seguir siendo catalanes porque hemos levantado muros lo suficientemente altos, o seguir siendo catalanes porque hemos sabido gestionar las puertas. Yo entiendo, respeto y considero perfectamente legítima la primera. Y soy más bien de la segunda.

No, yo no creo que exigir mayores restricciones a la inmigración sea de extrema derecha. O necesariamente racista. Pero sí me gusta más la idea de tener una cultura capaz de absorber inmigración y transformarla en catalanidad nueva. El gran problema que nos encontramos son la falta de herramientas (la reclamación del traspaso de competencias bebe de esta necesidad) y el hecho, innegable, de que hay un estado poco interesado en que la catalanidad salga adelante. Ya se sabe, la catalanidad hace catalanismos. De ahí al peligroso independentismo hay un solo paso, como se ha demostrado cíclicamente desde 1898: "una fábrica de adoctrinamiento", decían de TV3, cuando sabían perfectamente que sólo se trataba de transmisión de la catalanidad (cultural, lingüística y evidentemente también política). Pues bien, estos dos factores son básicos: la falta de herramientas propias para gestionar la inmigración y el interés histórico del Estado en intervenir justamente para hacerlos parte de la española, la española". me escapan. Soy consciente de ello, y por eso, sin compartir la receta de Orriols, antes de ignorarla prefiero debatir en ellos. Perdonar la vida no funciona con los recién llegados, imagínense con los de la cuna de la nación.

El debate sobre la independencia tenía la virtud de no distinguir entre autóctonos y foráneos: era integrador, era por un sí o por un no, y era cívico, laico, libre de prejuicios identitarios. Ahora se ha preferido "desinflamar" este tema (porque se considera supuestamente "imposible" o "inconveniente") y desviar la atención hacia el de la inmigración, un tema bastante pacífico hasta ahora en Catalunya. Vale, pero no podrán desvincular un tema del otro: pregunten, si no, a Trump, o en toda Europa, si no van relacionados los conceptos de identidad, de inmigración, de cultura y de soberanía. Y como están relacionados, cabe subrayar que la mejor (si no la única) manera de conseguir una "patria completa" donde no sea necesario cerrar puertas a nadie para conseguir adoptarlo como propio es disponiendo de las herramientas de un estado. Básicamente porque, de no ser así, la actual puerta de entrada a nuestra casa es una comisaría con bandera de reino, un DNI expedido por un piolín sin porra y una cultura inmensa que no necesita para nada, ni le interesa, el futuro del catalán o la catalanidad. Más bien le molestan. Es decir, el recién llegado que empieza de cero en nuestro territorio tiene muchas más opciones para convertirse en un fan de la roja que un trabucaire de Solsona. Pueden traspasarse competencias como solución de compromiso, pero en este tema, como en todos los demás, la autonomía necesaria es la de Portugal.

Es un error del independentismo el haber desviado la atención hacia este fenómeno/asunto/problema. Es un error que puede pagarse caro, porque deja en manos del resto de formaciones las acusaciones de esencialismo, de cierre y de intolerancia. Quienes aplicaron en 155, estomacaron a la gente y dejaron encarcelar a todo un gobierno nos llaman intolerantes. Pero bueno, ya lo he dicho: se trata mucho más de intentar salvarnos abriendo que de salvarnos cerrando. Incluso quienes creen que votar es un problema están invitados a integrarse en nuestros valores más profundos y en nuestra cultura más arraigada. O optar por la otra, por supuesto.

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