No hay que ser muy listo para ver que la quinta oleada de la pandemia será la de los efectos psicológicos para los que no hay una vacuna universal. La presencia permanente de la muerte, el miedo, el cansancio, la desaparición de las expectativas, el empobrecimiento de tantos y la angustia de todos serán difíciles de tratar en un mundo y en un país donde la salud mental es todavía un tabú y donde el apoyo público a este tipo de enfermedades es claramente insuficiente y socialmente ignorado, a pesar de su gravedad.
Nuestro cerebro es todavía en buena parte una caja negra para el conocimiento humano, y los trastornos del sueño, uno de sus enigmas. Sabemos que hoy la sociedad ha incrementado el consumo de ansiolíticos y sabemos también que en cualquier entorno las dificultades para dormir se manifiestan especialmente cuando es difícil embridar nuestro cerebro en momentos de tormenta. Por eso hemos dedicado el dossier de hoy a la importancia de dormir y hemos intentado explicar para qué sirve, qué pasa cuando dormimos y, sobre todo, qué pasa cuando no dormimos.
Momento de hacer
Vivimos tiempos convulsos y hay una sensación general de desorientación que tenemos que dejar atrás urgentemente dando un paso hacia la acción. Sabemos que el mundo que hemos vivido no nos servirá y que el coronavirus parece el prólogo de la catástrofe climática. Si queremos una vida civilizada -sostenible y justa-, en que el crecimiento y el bienestar sean posibles sin arrasar, tenemos que girar como un calcetín nuestra actuación y nuestras decisiones a pequeña y gran escala. La asfixia del confinamiento nos ha enseñado el valor de muchas cosas y depende de nuestra inteligencia colectiva que no las olvidemos y nos sirvan para tener ciudades habitables, hacer consumos responsables y reducir desigualdades insoportables.
La inutilidad de Gabilondo
Que las intenciones y las reflexiones se conviertan en hechos dependerá de cada uno de nosotros y de elegir líderes políticos capaces de actuar como elementos transformadores y no como simples gestores sobrepasados por este final de etapa agónico. Dependerá de denunciar las tentaciones y las propuestas populistas y de combatir la peligrosa sensación de inutilidad que amenaza con extenderse entre los moderados, los ecuánimes, los que no buscan la aprobación de la masa enfurecida, los capaces de dudar, de extender la mano, de dialogar con el diablo. Es esta sensación “de inutilidad”, que explica Iñaki Gabilondo en su entrevista de hoy en el diario, la que lo ha llevado a decidir que el silencio no vale más que las palabras, como decía Borges. Si el periodismo es el narrador del presente, Gabilondo lo ha intentado hacer durante más de 55 años de profesión con honestidad, el máximo a lo que se puede aspirar en este oficio pretencioso.
En medio del griterío ambiental, de la turba del odio manipulada con mentiras en algunas redes, cuando los políticos han dejado de considerar que el diálogo es la única herramienta democrática para avanzar y aceptan dar vueltas a los problemas sin resolverlos, simplemente subiendo la capacidad destructiva de las palabras, los moderados pierden pie y la sociedad se hunde algo más cada día, se encalla en el barro sabiendo que estamos sobrediagnosticados, pero infracapacitados para la acción. Las dos Madrids -ya saben qué quiero decir: España dentro de España- se han convertido en el reino de la procrastinación y un sainete que enfrenta populismos con una prensa sanguínea propiedad de los bancos y una televisión privada revolcándose en el barro donde la audiencia lo es todo y el diálogo una traición.
Las pesadillas patrias
Tendremos que preguntarnos también si Catalunya va por el mismo camino. Mi respuesta es que la incapacidad de formar gobierno es una pésima noticia y una carencia de respeto para los ciudadanos que viven una pandemia y una crisis económica inéditas. No hay excusas. Las facturas del pasado entre ERC y Junts están dificultando una negociación con la buena fe que merecen los ciudadanos, que no se pueden permitir en su ámbito privado los códigos de la política. ERC tendrá que crecer y deberá estar dispuesta a liderar la realidad, que significa lidiar a la vez con los maximalismos de la CUP y las nóminas de Nissan. Junts, por su parte, es hoy un partido difícil de interpretar debido a sus corrientes internas. De hecho, todavía tiene que decidir si quiere gestionar “el autonomismo”, que es lo que hoy hay, o si su carta de mantenerse en la oposición es algo más que un farol para negociar mejor.
La alternativa a un gobierno independentista es inviable con un PSC marcado por el 155 y que critica la falta de acuerdo desde el inmovilismo y el seguidismo del PSOE que siempre tiene la espada de Damocles de unas elecciones lo suficientemente cerca (hoy Madrid quizás después Andalucía) para perder la oportunidad de hacer gestos imprescindibles para avanzar cómo sería el indulto de los presos políticos.
Con este panorama, recojámonos en la lectura y visitemos las librerías. Nos ayudará a dormir.