La victoria por la mínima del PSC en las elecciones catalanas de 2021 solo le sirvió para que Salvador Illa se convirtiera en jefe de la oposición. Pero durante toda la legislatura optó por un tono moderado y posibilista para mostrarse como la opción capaz de recoger los efectos de la resaca política que quedaba después de los años más intensos del proceso independentista y de la represión infligida por el Estado. El PSC ha sabido conectar con el estado de ánimo de una parte importante de la ciudadanía que busca tranquilidad y buenos alimentos, y ha contado con la ayuda involuntaria de los partidos independentistas, que han agotado a un electorado harto de muchos reproches y pocas propuestas.
El PSC domina como nadie la industria del poder y tiene una organización política que parece que, por encima de cualquier otra aspiración, busque ganar elecciones y gobernar instituciones. El peso de unas siglas históricas y una larga tradición política ubican a los socialistas en el imaginario de la izquierda, pero la práctica política que ejerce está claramente enfocada a ocupar el espacio del centro. Por eso el PSC cuenta a la vez con la complicidad de las patronales y también de los sindicatos, mantiene la confianza de los sectores que apuestan por la gestión pública y también por los que defienden los modelos concertados, y se abraza sin complejos a las políticas de seguridad, al tiempo que intenta polarizar con la extrema derecha en el debate sobre la inmigración.
Con la calculadora electoral en mano, los socialistas catalanes saben que la única manera de tener opciones para presidir la Generalitat es ocupando el centro político. Esta estrategia conlleva, por un lado, atraer a los votantes catalanistas moderados que no están cómodos con la dialéctica de Junts per Catalunya y que se sienten huérfanos de referentes desde el momento en que el espacio político de la antigua Convergència i Unió se ha desdibujado. Cuando esto ocurre, la posibilidad de que los partidos independentistas puedan sumar mayorías absolutas en el Parlament es mucho más difícil. Por otro lado, poniendo el foco en el centro político se deja vía libre para que otros partidos que sí tomen la bandera de las políticas de izquierdas puedan obtener unos resultados electorales suficientes para tener mayorías progresistas.
Los primeros gestos de Salvador Illa desde que es president de la Generalitat no son fruto de la improvisación. No están hechos para agradar a los votantes clásicos del PSC ni para triunfar en la Fiesta de la Rosa de Gavà, sino que están pensados para llamar la atención y ganarse la confianza de los votantes que se sienten confortables con el catalanismo moderado. Hace años que el PSC ya incorporó buena parte de lo que podía representar a la Unió Democràtica de Duran i Lleida, pero ahora va mucho más allá. La rehabilitación política del president Jordi Pujol, recibido en el Palau de la Generalitat después de unos años de ostracismo y de ser menospreciado e ignorado por muchos excompañeros de filas, es seguramente el gesto político más significativo. Esto no conecta con el electorado socialista de pata negra, que más bien se ha reivindicado antipujolista, pero Salvador Illa ha querido destacar el papel de Pujol en la construcción de la Catalunya moderna y el fortalecimiento de las instituciones catalanas durante sus mandatos, utilizando esta figura como un puente para apelar al catalanismo institucional y conectar con el electorado que no está cómodo con las posiciones de Junts per Catalunya porque apuesta por la confrontación con el Estado o flirtean con el independentismo unilateral.
Y con ese mismo propósito se explica toda la escenografía desplegada para identificarse con el legado político del president Josep Tarradellas. Illa se ha esforzado en destacar el papel que tuvo en el momento de la Transición española y la restauración de la Generalitat tras la dictadura franquista, y lo ha elogiado como un modelo de pragmatismo y capacidad de diálogo. Tarradellas simboliza un catalanismo que no se basa en la confrontación con España, sino en el pacto y convivencia, valores que el PSC intenta emular en su acción política.
El precio de poner el foco en el centro es el de gestionar las contradicciones. Si hace unos años les hubieran dicho a muchos votantes y militantes socialistas que, en el viaje para construir la figura política de Salvador Illa como president de la Generalitat, se apuntalaría el relato destacando el legado de Jordi Pujol o Josep Tarradellas, habría sorprendido. Pero ya hemos comprobado en otras ocasiones que los caminos de la política catalana son inescrutables.