Leo en el ARA que la actriz Jennifer Aniston, la Rachel de Friends, sale con un "coach" y "hipnotizador". Y enseguida pienso: "Hombre, si es hipnotizador la habrá hipnotizado para salir con ella". De hecho, se ve que está divorciado y de resultas de eso tiene un hijo que no le habla, cosa que no es muy propia de un coach serio. Pero entonces, leyendo, leyendo, me detengo en una frase. Dice que "en las fotografías que ha publicado la revistaPeople" se puede ver al hipnotizador " masajeando la actriz, de 56 años". Y efectivamente, ella se sienta y él, detrás de él, le aplica las manos a la espalda con dedicación. Están en un contexto de yate.
Alto las secas, ¿eh? A mí el último masaje al coach, ni el entrenador personal, que son tipos de gente que rodean a mis cincuenta mejores amigas con más posibles que yo. El último masaje en la espalda que recuerdo me lo dio ese asiento de las áreas de servicio de la autopista, que te engancha desde el cuello hasta las piernas. Pero vale dos euros, dura tres minutos y lo único que puedes decirle es si lo quieres más fuerte o más flojo. Un día estaba en la playa y cuando había terminado de regatear con la señora que te hacía uno allí mismo mientras sorbías uno mojito (hecho por ella) la detuvieron. Yo ya había pagado, pero me callé por si me consideraban cómplice y me enviaban a comisaría. Para mi cumpleaños me regalo eso que llaman "un facial" y me siento tan culpable que, para que dure más la parte buena, después de que ya te han pasado el limón y el papel de lija, no paro de dar conversación y de dar las gracias. Pero lo de Jennifer es otra cosa. ¿Un masaje en la espalda, porque sí, y sin pagar? Esto sólo le ocurre a ella ya mi gato.