Lecciones de Alicante

El nuevo alcalde de Alicante, el popular Luis Barcala.
29/06/2025
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Contra lo establecido en su propia legislación (la ley de uso y enseñanza del valenciano), y desoyendo las protestas ciudadanas, la mayoría formada por el PP y Vox en el Ayuntamiento de Alicante ha aprobado una declaración que insta a las Cortes Valencianas, donde estos dos partidos también suman mayoría, a realizar los cambios legislativos necesarios para declarar Alicante zona castellano. Se trata de una nueva agresión contra la lengua catalana a cargo de la derecha nacionalista, y es una especialmente grave, por su carga simbólica pero sobre todo porque se produce en contra de la evidencia, de la realidad misma. El conseller de Educación José Antonio Rovira ya lo ha demostrado con la consulta a las familias para que eligieran la lengua en la que querían la enseñanza primaria de sus hijos: al salir un resultado claramente favorable a la escuela en valenciano, Rovira, Mazón y sus socios se cabrearon y han decidido hacer caso omiso de su propia encuesta. No quieren escuchar a los ciudadanos, sólo quieren ahogar la escuela pública y la lengua catalana.

Lo que ocurre en Alicante debería hacernos tomar conciencia de un par de ideas fundamentales. La primera es que la ofensiva de Vox y el PP contra el catalán no es un maquillaje ni una cortina de humo ni un producto de marketing político. Puede coincidir en que les vaya bien como maniobra de distracción, o no, pero por encima de todo es un objetivo político y un principio ideológico irrenunciable. Si el PP quiere alcanzar acuerdos presupuestarios o de gobierno con Vox, existe una doble condición: uno, renunciar a contemporizar con la idea de la diversidad lingüística, y dos, pasar al ataque. Lejos de dejar de ser objeto de controversia, las lenguas de España, y el catalán como siempre muy especialmente, se han polarizado políticamente más que nunca. Vox dice: "Acabamos con esta comedia", y exige cumplir el proyecto pendiente del nacionalista jacobino español: un solo estado, una sola nación, una sola bandera, una sola lengua. El PP, o al menos ese PP en el que compiten la derecha extrema que representa a Feijóo con la extrema derecha que abandera Ayuso, se pone bien, y los acuerdos de presupuestos firmados recientemente en la Comunidad Valenciana y en Baleares (donde el PP disponía de una mayoría alternativa con los grupos de la oposición, pero no la quiso). El desafío es real, y se basa en una combinación de ignorancia y odio –por parte de Vox– y cinismo –por parte del PP– que puede causar graves daños en la lengua y la sociedad, que perduren a muy largo plazo.

La otra lección es que lo que ocurre con el catalán en cualquier lugar donde se habla nos afecta a todos. Los aspavientos sobre la supuesta muerte del catalán, los graciosos y los cuñados que de repente también son lingüistas, los golpes en el pecho, los insultos, los lloriqueos y las expresiones de rabia y frustración: todo esto servirá de poco, o de nada, si seguimos mirando al catalán como un asunto que va por comunidades autónomas. El catalán es, debe ser, nuestro marco mental, la realidad lingüística y cultural que compartimos, día a día, todos los que hablamos.

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