La lengua fascista

De puerta a puerta
20/07/2025
Periodista y escritor
3 min

Las casas también mueren. Las casas llenas de alegrías y llantos, sueños y pesadillas, esperanzas y derrotas. Las casas también se van cansando, agotadas, moribundas. Las casas son la memoria. La caja fuerte, el disco duro, la nube. Las casas son la red, el nodo, la estructura de sudores y sentimientos de un colectivo. Las casas son lo que hay entre ayer y mañana. Entre uno rewind y uno fast forward. Las casas son el play del presente continuo. La vida es pulsar un botón diario. Las casas son el refugio de los superhéroes de la normalidad saliendo a la intemperie de la batalla y volviendo al fuego en el suelo del amor. Cuando empezó a morir nuestra casa salió todo.

Dentro de casa la muerte había sido un bufete libre. Se moría de peste, de epidemias, de guindillas anónimas y maleducadas, por las guerras cuando tocaban y te tocaban, por las malas heridas de un corte de cuchillo oxidado, las caídas de capitomba en el pedazo, incluso mi cuadravio estuvo a punto de morir de paludismo. Pero a lo largo de los siglos, de los años, de los días, nadie había pensado nunca que podía morir por la boca. Cuando empezó a morir la casa vi todo aquello por el suelo.

Los escombros como la explosión de un bombardeo nuclear. Los arañazos del tiempo en la piel de todo lo que estaba muerto. Los cadáveres de paredes, piedras, muebles, ropas, cosas. Los cuerpos en el suelo. Porque no hay más tierra. Y dentro de las cajas, los baúles, los mundos. Dentro de más muerte. Como ataúdes. Los papeles son espectadores de la muerte. Los personales y los impersonales. Los próximos y lejanos. Un testamento, una carta, pero también un diario, un libro. Todos esos papeles acaban siendo familia por los años, por el contagio, por la no escapatoria. La celulosa es un gemido. Siempre recuerdo ese ñoño-ñeco. Ambos cuerpos allí estirados: El manifiesto comunista (de 1930) y un catecismo (de 1906). Marx y Dios morreándose con la lengua: estaban en catalán. Cataluña es esto: entre la tierra y el cielo. Y el catalán escrito quedaba reducido a un acto de fe oa una utopía. Somos una oración silenciosa y un grito revolucionario. Saber que Marx y Dios podían hablar catalán quizás ayudaba a sobrevivir en muchas casas. Pero seamos claros. Digamos la verdad. Marx y Dios nos han ayudado poco porque la lengua estaba en la boca.

La lengua estaba en las bocas de las casas. En los morros de las calles. Aire. Paisaje. Personas. Una ley no escrita natural. Mis muertes carecían de leyes. Ni normativas, ni tratados, ni estatutos, ni oficialidades, ni legalidades. Por eso ningún estado de Europa y del mundo, o criatura, o pingüino, o melindro de aquí o de donde sea nos puede decir que no somos oficiales. Si necesitamos de los demás oficialización, legalización, normativización, reconocimiento, respeto, comprensión significa que somos ilegales, ilegítimos, anormales, inventados, complementarios, irregulares, sin papeles, documentos, inmigrantes en casa y en el planeta. Decirnos ahora lo que ya éramos, dónde éramos, quiénes somos, quién debemos ser… Injusto, insulto, inmoral. Mortal.

Lo que no han hecho las epidemias, las guerras, las dictaduras… Todo ahora lo está haciendo la democracia, las leyes, las oficialidades, las normativas, la sostenibilidad, la multiruquería de unos. Querrán hacernos morir legalmente, democráticamente, científicamente. Ciertamente, las lenguas mueren, porque mueren las personas. Las personas que viven en las casas. Por eso las leyes tendrán que entrar casa en casa. Persona a persona. Por ilegalizarnos en nuestra casa. Se llama fascismo. Y no pasará.

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