La presentación de la plataforma 3cat contó con la intervención del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.
03/11/2023
4 min

Esta semana he añadido un pequeño elemento a mi rutina. Después de cenar pongo en marcha pantallas para ver algo. Como todo el mundo de mi edad, no miro la televisión en directo, o sea que mi zapping no está entre canales, sino entre plataformas. Puedo terminar en un agujero de gusano de vídeos de YouTube sobre mi última obsesión, viendo en diagonal una mala serie pero de moda en Netflix, o tragándome algo difícil, pero bueno, a Filmin. El caso es que, desde el lunes, cuando llegan las horas de encefalograma plano, he empezado a clicar también sobre el icono del 3Cat, a ver qué. Después de dos décadas generacionalmente expulsado de TV3 por culpa de la infausta interfaz del TV3 en la Carta (ni olvido ni perdón), por fin vuelvo a deambular entre audiovisual en catalán por puro deseo y conveniencia; puedo sentir una sintomáticamente nuestra extrañeza de la normalidad.

El lanzamiento del 3Cat se me ha juntado con las demandas de Junts y Esquerra por el catalán en Europa y en el Congreso. Que los partidos de obediencia catalana se preocupen por el catalán es esperanzador y angustioso a la vez. La toma de conciencia es un motivo de alegría. Pero son los mismos partidos que han gobernado el país mientras los números de uso normal de la lengua caían, que han ocultado que la inmersión no se estaba haciendo donde tocaba, y que han descuidado la batalla ideológica. Como ocurre con muchos de los temas que la extrema derecha y la extrema izquierda cogen para crecer, el consenso del que gozaba el catalán en Catalunya se ha marchitado por culpa de una defensa demasiado tautológica y banal. Albert Rivera e Inés Arrimadas siempre han dicho barbaridades anticatalanas, pero, a la hora de rebatirlos, no había tensión discursiva ni intelectual. El resultado es que el sentido común se ha desplazado, y cada vez más gente dice que "la lengua de la escuela debería reflejar la realidad de la calle" o que mantener el catalán "es de mala educación", y no tenemos los argumentos para rebatirlos lo suficiente a mano.

El buen trabajo con el fondo y forma del 3Cat me ha hecho pensar en la idea de economía de la misión de Mariana Mazzucato, una habitual de estas páginas. El audiovisual es un sector paradigmático porque es muy importante pero requiere mucho dinero, y está bajo constante escrutinio de las leyes del mercado. Si se invierten recursos públicos y cada vez menos gente lo mira, hace un mal especial. Y, al igual que con la escuela, los demagogos se han aferrado a la retórica de la libertad de elección, la eficiencia y el gasto social para recortar dinero y confianza en la tele pública en catalán.

El trabajo de Mazzucato se carga estos mitos neoliberales: ni los mercados son siempre más eficientes que los gobiernos, ni el gobierno debe funcionar como una empresa, ni externalizar las cosas ahorra impuestos ni reduce los riesgos. La economista italoamericana demuestra que el estado no es una máquina burocrática torpe que no puede innovar, sino una herramienta imprescindible para crear valor a gran escala o, dicho en otras palabras, que la política siempre tiene más fuerza que la economía.

Lo que a mí me parece más interesante es cómo piensa en términos de misión. En su último libro, Mazzucato utiliza de ejemplo el viaje a la Luna de los americanos. Cuando, en 1962, John Fitzgerald Kennedy anunció que el gobierno americano se proponía “la tarea más dura y peligrosa y la mayor aventura en la que el hombre se ha embarcado nunca”, la Unión Soviética iba muy por delante de los yanquis en la carrera espacial: en el 57 habían lanzado el Sputnik, y pocos meses antes del mismo discurso, Yuri Gagarin se convertía en el primer ser humano en orbitar la Tierra. Pero, con la lógica de “lo haremos a toda costa”, los estadounidenses se unió en un círculo virtuoso en el que los funcionarios que hoy blasmamos tan gratuitamente se sentían empujados a actuar con determinación, las instituciones se volvieron tan dinámicas como ya lo quisieran las start-ups contemporáneas y, en definitiva, todo el mundo confiaba en su capacidad para crear valor. Y no sólo llegaron primero a la Luna, sino que toda esa inversión arriesgada generó beneficios imprevistos por doquier: descubrimientos tecnológicos, nuevos métodos de trabajo, sinergias institucionales, cohesión social, y un largo etcétera. "Al centrarse en los fines más que en los medios, los responsables políticos deberían crear el espacio para la creatividad, la experimentación y la colaboración entre sectores", dice Mazzucato.

El catalán debe dejar de ser un daño que no quiere ruido y convertirse en una misión inspiradora. La protección de la lengua necesita urgentemente discursos kennedianos, que el sentido de propósito colectivo y bien público desborde el chantaje del españolismo disfrazado de pensamiento económico y social. Es necesario que invertir en el catalán no sea una tarea miedosa y cargante, sino una responsabilidad que nos llevará réditos sociales, culturales y económicos. El 3Cat es un pequeño paso para la lengua, ahora falta que los políticos nos hablen de grandes saltos.

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