Unos acróbatas distraen a los turistas que llenan las terrazas de la plaza Reial, en Barcelona.
24/03/2025
Escritora
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En estas dos últimas semanas he perdido la cuenta de las veces que he oído la pregunta: ¿pero cómo lo hacen los que viven en países donde habitualmente hace mal tiempo? Por "hacer mal tiempo" nosotros, los mediterráneos, entendemos llover, cielos grises, viento desagradable, días ruidos.

Estamos frustrados, de mal humor, tristes... pero muchos optamos por ver lo bueno: los pantanos llenos, las ciudades más limpias, el gusto de las tardes o las vísperas en casa cuando llueve fuera.

Pero resulta que los que están realmente enojados son los turistas y expados que eligieron venir a Barcelona justamente por su buen clima, por el sol y los vermuts en las terrazas. Se sienten estafados. Las redes se han llenado de quejas y reproches, como si realmente en algún contrato Barcelona se hubiera comprometido a ofrecer cielos despejados y temperatura primaveral día sí día también.

Por otra parte, estos días hemos sabido que en Suecia –siguiendo los pasos de la prensa británica– algunos medios de comunicación están advirtiendo a los ciudadanos nórdicos de que algunas zonas están presionadas hasta límites inimaginables por el exceso de turismo y que, en muchos casos, las organizaciones ecologistas locales han dejado claro que los .

Los catalanes, y especialmente los barceloneses, nunca habíamos visto tan claro que se puede morir de éxito. El país ha vivido mucho tiempo del turismo, pero por el camino ha perdido identidad, calidad y paisaje. De la misma forma que los baleares lamentan no poder ir a bañarse en sus calas, nosotros nos sentimos cada vez más desplazados a nuestros pueblos y ciudades.

Ve a saber si la suma de una meteorología desaveniente y las protestas antimasificación turística acabarán dando resultado de cara al próximo verano. No debería darnos miedo resultar poco acogedores o antipáticos: estamos intentando salvar al país, es un argumento que la gente sensata puede entender. Nos va el paisaje, la vitalidad de nuestras ciudades, nuestro patrimonio y, sobre todo, la lengua. Aún recuerdo cómo nos escandalizamos, hace un montón de años, porque en una terraza de la rambla de Figueres nos atendieron dirigiéndose a nosotros en francés.

Actualmente, en Barcelona, ​​creo que te puedes hacer entender prácticamente en todos los idiomas salvo el catalán. Y sí, ya sé, debemos hacer el esfuerzo de mantener el catalán, pero es cansado militar todo el santo día y te hace sentir una impotencia extrema vivir una situación violenta por algo tan sencillo como tomarte un café con leche o decir una dirección a un taxista.

Recientemente el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, con motivo del regreso de La Caixa a Catalunya, dijo: "Cuando se hace trabajo y no se hace ruido, las cosas se acaban encarrilando".

Tengo la sensación de que nos quieren así: encarrilados, sin hacer ruido, decepcionados, tensos, impotentes. Y encima, llueve.

Había empezado hablando del tiempo y he terminado aquí. Será que, efectivamente, vivir en lugares donde se ve poco el sol será muy deprimente. Será cuestión de mantener la fe que algún día esparcirá y volveremos a tener días claros.

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