La victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) ha sido agobiante, y ha doblado el resultado que ella misma consiguió hace un par de años (de 30 a 64 escaños). Explotando la fatiga pandémica y enarbolando la bandera más neoliberal del PP, con unas intervenciones simplistas, burlonas y demagógicas, ha conseguido revalidar su presidencia. Ahora bien, hay que contextualizar este resultado. Desde mi punto de vista el factor más importante que opera en esta contienda electoral es la recomposición del ala derecha del tablero: una parte importante del votante del PP vuelve a casa (por el hundimiento de Ciudadanos y porque Vox llega a su techo electoral –en campaña no se ha visto mucha diferencia entre Ayuso y Monasterio–). Sin ir más lejos, justo antes del terremoto ocurrido en el sistema de partidos, Esperanza Aguirre conseguía 72 parlamentarios y UPyD 8 en la contienda de 2011. Madrid es una comunidad sociológicamente de derechas (o al menos, lo son aquellos que van a votar): el PP la gobierna ininterrumpidamente desde 1995. El tamayazo (2003) consolidó su hegemonía.
No siempre ha sido así. Pasqual Maragall daba pistas del proceso de transformación en un par de pioneros artículos de prensa: “Madrid se va” (2001) y “Madrid se ha ido” (2003). La mutación madrileña encuentra su origen en el gobierno de José María Aznar: en la primera legislatura (de la mano de CiU, PNV y CC) se establecen las bases, y en la segunda (con mayoría absoluta) se acelera el proceso con una importante batalla cultural con un papel destacado de algunos medios de comunicación. Posteriormente sobrevive y se reproduce en el tiempo gracias al mando del ala más dura del PP en la CAM, junto al hecho de que los gobiernos centrales del PSOE no desmontaran los factores que hacen posible el sostenimiento y la expansión del modelo. En el proyecto cocinado en diferentes círculos concéntricos del laboratorio FAES se produce una vinculación inseparable entre elección ideológica y concepción nacional-territorial. Entran en juego varios ingredientes que se retroalimentan entre ellos: 1) una recentralización de competencias y administrativización de las autonomías, dando más peso a la administración central del Estado y, en concreto, al funcionariado residente en Madrid; 2) un reparto desigual de recursos estatales creando/consolidando/reduciendo polos competitivos en el territorio; 3) el surgimiento de una nueva clase dirigente a partir de privatizaciones y externalizaciones de sectores estratégicos y la financiarización de la economía en detrimento de una burguesía emprendedora y del desarrollo de la economía productiva; 4) una concepción muy atlantista, poco europea, de la cosa pública.
De una forma propia, opera en la CAM una cierta teoría de la maldición de los recursos, también llamada paradoja de la abundancia. Esta teoría se ha utilizado para explicar como en determinados países en vías de desarrollo, con importantes fuentes de recursos naturales, el crecimiento económico y el desarrollo social se ven contradictoriamente estancados cuando pasan a tener valor en el mercado internacional. Para explicarlo de forma simplista: se enchufa la manguera del petróleo, las élites se enriquecen con grandes márgenes de beneficios, se atrofia el desarrollo productivo, se generan enormes desigualdades sociales, los de abajo cada vez son más dependientes y subalternos de los de arriba, se reduce la clase media ilustrada a la mínima expresión y el imaginario colectivo convierte en cada vez más individualista. Ciertamente, no es un dibujo aplicable a Madrid, pero podríamos hacer una adaptación que se podría acercar cambiando los recursos naturales por resortes del Estado. Unas élites extractivas que utilizan la institucionalidad pública en su beneficio particular, pervirtiendo la propia naturaleza del bien común. Unas puertas giratorias que facilitan el secuestro del regulador y que acaban teniendo protagonismo en la definición de las reglas de juego. Unas decisiones cada vez más alejadas de las periferias, que van perdiendo influencia.
Evidentemente los resultados del 4-M tienen consecuencias en la propia CAM. Se construye una especie de paraíso fiscal en el marco español, de manera similar a como Irlanda actúa en Europa. Los que más tienen pagan cada vez menos. La propiedad o las herencias no merecen ser grabadas. Los servicios públicos se devalúan: la sanidad y la educación pública son las menos financiadas del Estado. La atención a la tercera edad o la dependencia se encuentran extremadamente mercantilizadas con efectos letales como los que hemos visto en la pandemia. Ahora bien, el mantenimiento del modelo Ayuso también tiene efectos en el resto del Estado. Madrid es una aspiradora de recursos y oportunidades, y no por mérito propio, y se convierte en el verdadero problema territorial de España. Iglesias alertaba en la noche electoral que la deslealtad madrileña se pagaría cara. La experiencia de Teruel Existe tendría que haber sido una señal de alarma a tener en cuenta.
Gemma Ubasart es profesora de ciencia política de la UdG