La Unesco ha advertido de que la profesión docente vive "una crisis sin precedentes" y urge a revalorizarla. El Defensor del Profesor del sindicato ANPE ha advertido reiteradamente del deterioro emocional del profesorado y en Cataluña la USTEC habla de "la gran renuncia docente".
Aceptémoslo: el malestar es creciente. A menudo los docentes no entienden las razones pedagógicas de lo que deben hacer, cosa comprensible si deben evaluar la competencia específica 10 de la asignatura de matemáticas de ESO, que dice que el alumno debe "desarrollar destrezas sociales reconociendo y respetando las emociones y experiencias de los demás, participando activamente y reflexivamente en proyectos en equipos matemáticas, fomentar el bienestar personal y grupal y crear relaciones saludables".
Hay cada vez más docentes con síntomas de ansiedad, episodios de depresión y bajas médicas y cada vez más alumnos con "trastornos socioemocionales" y necesidades educativas especiales. Añada el incremento de alergias y los accidentes asociados a la vitalidad infantil. Según el último Informe TALIS, el 29% de los profesores de secundaria y el 26% de los de primaria declaran que pierden mucho tiempo en clase. Y la guinda: nuestros alumnos miran con mucho recelo el futuro. El 83% cree que el mundo va a peor. El resultado de todo ello nos lo da la síndica de agravios cuando dice que en Catalunya "no hay profesorado suficiente para cubrir las necesidades de contratación".
Las dificultades para gestionar una clase ni se pueden ni deben esconderse. Philippe Meirieu dice que el profesorado actual, si se toma en serio la diversidad efectiva en las aulas, se ve obligado a practicar una "pedagogía de camarero", corriendo de un sitio a otro para repetir individualmente una instrucción que ya se ha dado colectivamente, pero a la que muy pocos han prestado atención. La demanda de atención individualizada es creciente porque la pedagogía posmoderna ha creído preferible estimular la manifestación de las diferencias a ayudar a los alumnos a hacerse con la primera lección de la democracia: la experiencia de ser "uno más". La interlocución en clase debe ser individualizada, no sea que te acusen de dar una clase magistral. Fomentamos la dispersión de la atención y nos quejamos de que a nuestros alumnos cada vez les cuesta más mantenerse concentrados.
¿Quién se toma en serio, hoy, la lectura lenta, que ha sido tradicionalmente la principal herramienta humanística de educación de la atención? ¿Quién es capaz de convencer a los alumnos de que "es un maravilloso consuelo sentarse junto a una lámpara, con un libro abierto entre las manos y conversar con alguien del pasado que nunca he conocido" (Yoshida Kenko, 1283-1352)?
Si la dispersión en el aula crece, la capacidad de persuasión del profesor debe crecer aún más, lo que no es siempre fácil, dado que esta capacidad no se deriva hoy de su potestas, sino que se le debe ganar a diario con una auctoritas que depende cada vez más de sus rasgos caracteriales y de su competencia profesional, y cada vez menos del respeto social. Si en la escuela de nuestros padres el profesor obtenía gran parte de su autoridad del hecho de ser profesor, hoy debe demostrar a diario su valía. Andreas Schleicher ha reconocido públicamente que "los estudiantes se han convertido en consumidores, los maestros en proveedores de servicios, las escuelas en algún tipo de institución social y los padres en clientes". Y concluye: "La lección para mí es que debemos conseguir el bienestar de los estudiantes, no a expensas del éxito académico sino a través del éxito académico". Recientemente leí que la nuestra es la era del paciente. Yo preferiría que fuera la era de los agentes.
Decía Marta Mata, con razón, que educamos "por impregnación". Cierto. Siempre estamos educando, en escuela y en casa, por impregnación, especialmente cuando no nos damos cuenta, porque entonces nuestra influencia es más espontánea y directa. La conducta inconsciente del docente parece ser más influyente en el alumnado que la acción programada, especialmente en lo que se refiere a la adquisición de las habilidades relacionadas con la extraversión y la responsabilidad.
Es necesario crear una cultura escolar positiva, atractiva para los docentes, que esté de acuerdo con nuestro talante, algo individualista, sin caer en el caótico laissez-faire, que probablemente es el método más perjudicial para los alumnos. La satisfacción del docente es clave si queremos mejorar su eficacia. ¿Cómo pueden dar educación emocional los docentes que se sienten emocionalmente dolidos?