Un proverbio inglés dice que cada nube tiene una rendija plateada, y ésta es una bonita definición de la esperanza. Cuando dentro del oscuro momento político se abre un claro, hay que celebrarlo. Una experiencia de liderazgo compartido con resultado exitoso ha sorprendido y entusiasmado a la vez a muchas personas afectadas por la llamada "fatiga democrática". El pasado 13 de junio, Zohran Mamdani y el responsable financiero de la ciudad neoyorquina, Brad Lander, anunciaron un cross-endorsement: Mamdani pidió a sus votantes que votaran por Lander en segundo lugar, y Lander, a su vez, hizo lo mismo por Mamdani. Ambos estaban en pugna por ganar la candidatura del partido demócrata a la alcaldía de Nueva York, pero la rivalidad no impidió una estrecha alianza. Si uno de ellos era eliminado, los votos del otro fluían directamente al candidato todavía vigente, fortaleciendo su posición. Juntos eran mucho más fuertes que separados: Lander aportaba estructura política, su base en Brooklyn y una enorme experiencia; Mamdani impulsaba una vibrante campaña entre jóvenes, inmigrantes y comunidades progresistas.
Dos días más tarde, Mamdani amplió la coalición sumando a Michael Blake, exvicepresidente del Comité Nacional Demócrata, con un cross-endorsement mutuo similar. El objetivo era acumular también los votos de Blake, particularmente presente en el Bronx. Las campañas de los tres candidatos coordinaron mensajes, hubo recursos compartidos: llamadas automatizadas, eventos conjuntos y soporte mutuo en redes sociales y materiales impresos (incluso folletos con Mamdani y Lander en el reverso).
¿Por qué es tan especial lo que debería ser común y razonable? Por su rareza en una época de personalismos, hiperliderazgos y enfrentamientos encarnizados entre políticos, incluso dentro del mismo partido. Es interesante constatar que no fue una cláusula condicional ("si Mamdani ganaba, Lander sería segundo"), sino un pacto unilateral recíproco antes de la elección: Mamdani y Lander se comprometieron mutuamente a aparecer en segundo lugar en las papeletas del otro. No se trató de una oferta poselectoral, sino de una estrategia previa, diseñada para consolidar votos progresistas antes del recuento y evitar la fuga de votos hacia candidaturas tradicionales.
Este gesto de liderazgo compartido, tan inusual, ha captado la atención de muchos neoyorquinos, cansados de la política agresiva y de confrontación. Porque Mamdani no sólo ha impulsado una estrategia colaborativa, manteniendo una campaña inclusiva y unida, sino que se ha centrado en problemas concretos de la ciudadanía con mensajes atractivos: congelar alquileres, incremento de impuestos a los más ricos, transporte gratuito, supermercados municipales y cuidado infantil universal. Defendió el modelo de "la ciudad que nos podemos permitir", dirigiendo su voz a la "pobreza real", a quienes no llegan a fin de mes o al vendedor ambulante. La escucha activa ha sido otra de sus características, junto a contenido audiovisual creativo que apelaba a la generación Z. No ha eludido controversias, pero las ha enfrentado con posicionamientos globales como expresión de principios éticos universales. Por una vez, el contenido y la forma han ido armónicamente acompasados. El resultado: Mamdani ha ganado las elecciones primarias del partido demócrata contra todo pronóstico y será candidato a la alcaldía de NY en noviembre.
Una parte significativa de la ciudadanía experimenta desencanto, agotamiento o desafección hacia el funcionamiento del sistema democrático. Los escándalos, la corrupción, la polarización extrema y la percepción de ineficacia política son grandes responsables de ese fenómeno psicosocial. Las consecuencias se revelan en aumento de abstención electoral, desconfianza institucional, cinismo político o creciente apoyo a alternativas autoritarias, todas ellas manifestaciones muy negativas para la convivencia democrática.
El liderazgo de Mamdani es un ejemplo referencial de otras formas de dirigir. Une los beneficios contrastados del liderazgo compartido (por su estrategia de coaliciones y escucha), a la empatía (por su atención a la experiencia diaria), a la autenticidad (por su estilo comunicativo y coherencia ideológica) y al carácter transformacional (por su agenda estructural y redistributiva). Un enfoque poco frecuente en la política actual, que le convierte en un caso de estudio contemporáneo en liderazgo socialmente comprometido.