Alejandro Fernández en el Parlamento.
11/03/2024
3 min

Ha tenido cierto eco en las redes un discurso del líder del PP catalán, Alejandro Fernández, en el turno de preguntas al president de la Generalitat. Fernández se queja de la falta de definición del gobierno respecto a tres “proyectos clave” (que curiosamente son las grandes apuestas del PSC en la negociación de los presupuestos): el Cuarto Cinturón, la ampliación del aeropuerto de El Prat y el macroparque del Hard Rock. Y concluye que, por culpa de la maligna influencia de la CUP, el actual gobierno es prisionero de la cultura del “no a todo”. No a la industria, no al turismo, no a las infraestructuras, no a los trasvases, no a la energía eólica o solar... Es un discurso simplificador, pero Fernández lo formula con habilidad y cierto sentido del humor, porque es un buen orador. Tanto es así que incluso destacados puigdemontistas, especialmente los que añoran a CiU, lo han elogiado con fervor.

La intervención de Fernández –evidentemente en castellano– tenía un punto fanfarrón al estilo Ayuso, que demuestra hasta qué punto el pensamiento conservador, aquí y en todas partes, se siente fuerte y legitimado: “Del perroflautismo contemplativo solo pueden vivir los hijos de papá”, afirmaba. Solo le faltó decir que los diputados de la CUP –que lo escuchaban con media carcajada– no se duchan. Pero esto no es lo más relevante. Lo importante es que detrás del discurso de Fernández hierve un ultraliberalismo recalcitrante, que defiende el crecimiento desbocado, la renuncia a cualquier prevención medioambiental y la negación de los daños colaterales del turismo sobre el territorio, pero también sobre las personas, la vivienda, el modelo sociolaboral... Unos daños colaterales que ha admitido recientemente el alcalde socialista de Barcelona, que no es precisamente un perroflauta.

Desafortunadamente para Fernández, su discurso se ha producido la misma semana en la que se han hecho públicos dos datos suficientemente significativos. Por un lado, el récord histórico en inversión extranjera en Catalunya en 2023, 880 millones de euros, un 42% más que el año anterior. Impropio de un país donde se dice “no a todo”. Por el otro, la confirmación de la desidia inversora del Estado, que en el primer semestre del año pasado ejecutó solo el 16% de lo previsto en los presupuestos para nuestro territorio. De eso, evidentemente, Fernández ni habla ni hablará nunca, aunque gobierne el PSOE. Porque si gobernara su partido, el grado de incumplimiento sería igual o peor.

Curiosamente, en una cuestión tan decisiva, y tan flagrante, como es la infrafinanciación de la Generalitat, el partido del “no a todo” es, por encima de todos, el PP. También el PSOE, sí, pero especialmente el PP, que, además de rechazar todas las propuestas que ha hecho la Generalitat para tener un modelo propio –y más justo– de financiación, se permite recaudar votos para España mintiendo sobre los supuestos privilegios económicos de Catalunya. Y aún podemos añadir otras negativas: no al diálogo, al referéndum, a los indultos, a la amnistía, a la renovación del poder judicial, al uso del catalán, a los impuestos sobre grandes fortunas, a la regulación de los alquileres. Y en muchas otras materias en las que el Parlamento catalán, a menudo por amplia mayoría, ha intentado desempeñar su papel como depositario de la voluntad de los ciudadanos.

Sin embargo, Fernández puede estar tranquilo, porque el Cuarto Cinturón sigue adelante, el Hard Rock teóricamente también (aunque ERC confía en que el proyecto se muera solito), y la Generalitat, al parecer, trabaja en una propuesta propia sobre el futuro del aeropuerto. Todo esto se debe a que, si bien ERC gobierna en solitario, en muchas grandes cuestiones –como el modelo de crecimiento que necesita el país– PSC, PP y Junts forman una mayoría alternativa.

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