El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en Roma
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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha escenificado la contradicción de las derechas europeas liberales o centristas en relación con la extrema derecha. En pocos días ha pasado de enfrentarse con dureza al primer ministro de Hungría, Viktor Orbán (que ocupa ahora la presidencia de turno de la Unión Europea), por sus ideas sobre la inmigración, a aplaudir a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, por la decisión de encerrar a refugiados e inmigrantes ilegales en campos de deportación fuera de la UE. Von der Leyen defiende el acuerdo que ha establecido el gobierno italiano con Albania según el cual este último país construye y gestiona los campos de inmigrantes a cambio de grandes cantidades de dinero pagado por los italianos. A Von der Leyen esta medida le parece digna de ser imitada e implementada como política común en todos los países de la UE, y así lo propuso en una carta enviada a todos los líderes europeos que participan en la cumbre de estos días en Bruselas.

Von der Leyen obvia que hace mucho tiempo que la UE ya paga países externos, como Turquía o Libia, para que le hagan el trabajo sucio (muy sucio) con las pateras que se aventuran por las diferentes rutas de la inmigración ilegal que hay en el Mediterráneo. Ahora bien, la medida del gobierno Meloni no es nada distinta a la postura de Orbán, que en su discurso de hace unos días ante el Parlamento Europeo proponía la creación de “puntos externos” en el área de la Unión, donde estén examinados “caso por caso” a los inmigrantes que sean detenidos. ¿Por qué Von der Leyen censura las palabras de Orbán y aplaude las decisiones de Meloni, hasta el punto de considerarlas idóneas para el conjunto del bloque europeo?

La respuesta es sencilla: porque Meloni representa el perfil de interlocutor que la derecha europea –como la que representa Von der Leyen– necesitaba para blanquear la extrema derecha y llegar a acuerdos con ella. Las extremas derechas buscan (y obtienen) cada día más legitimación, y las derechas tradicionales se dan cuenta de que las necesitan, o las necesitarán en breve, para acordar políticas y construir mayorías de gobierno. La derecha española, tal y como le corresponde por su tradición ideológica, ha sido de las que más vía han hecho a la hora de sumar votos, escaños y demasiada crítica entre el partido que representa el centro y el de la extrema derecha. De hecho, hace más de un mes que Feijóo corrió en Roma a hacerse la foto con Meloni ya elogiarla por sus políticas sobre inmigración. Le había llegado la buena nueva: hay una extrema derecha amable con la que la gente de bien podemos entendernos.

Orbán, con sus discursos virulentos y sus modos groseros, personifica bien la extrema derecha, digamos, de toda la vida. Además es favorable a Putin, y por tanto no interesa lo más mínimo. Meloni, en cambio, ha sabido suavizar las aristas que se podían atragantar más a los cabecillas europeos, y ha sabido poner un lacito de falsa empatía a lo que no es más que un ataque directo a los derechos humanos fundamentales. En la línea dominante, precisamente, en Europa.

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