El mérito, la suerte y la trampa

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El ideal meritocrático es el de una sociedad donde la posición de cada persona no depende de factores como el origen familiar, el color de la piel o la suerte, sino exclusivamente del grado en que esta persona puede contribuir a tareas que la sociedad valora. Como principio se hace difícil de no abrazar y, en consecuencia, ha acontecido universalmente aceptado, cuanto menos retóricamente. Recientemente, sin embargo, se ha abierto una perspectiva crítica. Viene de los EE.UU. y la ha articulado el filósofo de Harvard Michael Sandel en un libro importante y sutil, The tyranny of merit (2020, hay traducción castellana de Penguin, La tiranía del mérito). El núcleo de su crítica es que este ideal, al justificar la desigualdad en términos de mérito individual, promueve la arrogancia de los favorecidos. Esto solo ya sería problemático, pero la situación es todavía peor porque muchas sociedades que se consideran meritocráticas no lo son realmente: acaban jugando un papel la suerte y la trampa. Como ejemplo: grandes universidades americanas que seleccionan alumnos por mérito, pero que de facto hacen excepciones con hijos de exalumnos ricos. Es perfectamente legal: de estos admitidos se les llama legacies. Después vendrá un buen trabajo, etc. La suerte y la trampa son factores que quedarán blanqueados en las conciencias individuales y colectivas por la ficción que solo cuenta el mérito. Invito al lector a pensar en ejemplos más cercanos. No le costará encontrarlos.

Por más que la crítica de Sandel sea persuasiva, me resisto a prescindir del principio porque es un ideal que marca direcciones de progreso. Al fin y al cabo, si un proceso formalmente meritocrático realmente no lo es, quizás lo recomendable no es abandonar el principio sino denunciar la inconsistencia y actuar sobre ella.

Intento ir más a fondo con tres observaciones:

1. Todos somos iguales antes de nacer. La lotería del nacimiento nos hace diferentes. El ideal igualitario, en estado puro y en el espíritu de un gran seguro colectivo, nos indicaría entonces que el producto social se tendría que repartir a partes iguales. No habría nada más a decir si el producto fuera algo dado con independencia de las características de los individuos que forman la sociedad. Pero no es así, depende de las acciones de estos y, por lo tanto, la sociedad tiene que implementar una estructura de incentivos que pueda inducir las contribuciones individuales deseables para lograr un resultado que globalmente la sociedad considere adecuado y justo. En la realidad todo esto se canaliza por la vía de la regulación de la economía -que no olvidemos que actúa en un contexto internacional- y de los aspectos redistributivos del sistema fiscal.

2. La existencia, necesaria, de incentivos genera desigualdad. Consideremos un caso extremo. El de un futbolista brillante. El fútbol tiene tantos seguidores que sus ingresos, tras los impuestos, serán muy altos. Notad que el futbolista se gana el sueldo no porque sea de buena familia sino por el mérito. Quizás encontraríamos algún caso en que un jugador lo hace en un equipo por encima de lo que le correspondería porque es de un país donde esto puede ayudar a adquirir seguidores. Pero serían situaciones excepcionales, puesto que lo prioritario siempre será ganar partidos. En el fútbol, pues, el mérito es reconocido. Pero no siempre lo es, y esto me lleva al siguiente punto. 

3. En una sociedad bien estructurada hemos visto en los puntos anteriores que el papel de la suerte al determinar la posición de las personas quedaría controlado por el sistema fiscal y que la consideración del mérito tendría que jugar un papel importante al inducir las contribuciones socialmente útiles de aquellos que las pueden hacer. Pero en las sociedades reales, aunque se llamen meritocráticas y en parte lo sean, a menudo la etnia, la religión, la apariencia física, la riqueza o las conexiones familiares -todos elementos que tendrían que ser irrelevantes a la hora de juzgar la utilidad social de la actividad posible de una persona- son decisivas a la hora de establecer la posición en la sociedad. Es por aquí que podríamos encontrar la justificación en metodologías de selección que incorporan discriminación positiva. Creo, sin embargo, que sería un error envolverlas con retórica crítica hacia el mérito. Más bien al contrario. Un ejemplo que también proviene de prácticas americanas: admitir en la mejor universidad al mejor estudiante de la escuela socialmente más problemática seguro que sería socialmente productivo, aunque el alumno no llegue a la nota de corte. Ser académicamente el primero en un entorno difícil es un mérito que merece reconocimiento, por el bien de la persona en particular pero también de toda la sociedad. 

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