Lo que más impresiona de Estados Unidos es la escala de sus fenómenos atmosféricos. Por mucho que el cambio climático nos complique la vida cada vez más en la costa mediterránea, cualquier episodio de allí no tiene punto de comparación con los nuestros. El huracán Milton parece pertenecer a esta categoría de “tormenta monstruo”.
Me ha hecho recordar el huracán Sandy, de octubre de 2012, con vientos de 140 km/h, que inundó medio Manhattan y dejó sin luz durante días a millones de habitantes de Nueva York. Viví los apagones y las inundaciones personalmente, pero si alguna experiencia no olvidaré nunca fue la de la última conexión desde la cámara que Eurovisión instaló en Battery Park, frente a la Estatua de la Libertad. Apenas terminé el directo con el TN me puse a caminar a toda prisa hacia el hotel, confiado en que pararía el primer taxi que pasara. Fue en vano. El Bajo Manhattan ya estaba absolutamente desierto, en algunos momentos el viento no me dejaba avanzar, se desprendían elementos de las fachadas, volaban señales de tráfico y me echaron la bronca desde el megáfono de un coche patrulla de la policía metropolitana de Nueva York, porque a esa hora todo el mundo ya tenía que estar en casa. Empapado de pies a cabeza encontré cobijo en el vestíbulo de un hotel, donde un taxista que dejaba pasaje y se iba me cogió porque la dirección que le di estaba de camino a su casa. La sensación de indefensión, incluso dentro de una ciudad como Nueva York, daba miedo. Hacerse el valiente es suicida.
Por eso, cuando algún colega destinado a Estados Unidos me pide consejo, lo primero que le recomiendo no es bibliografía sino que esté en forma y se prepare para soportar tormentas de nieve, tornados y ventoleras como nunca habrá experimentado en su vida.