El capitalismo, o socialdemocracia, dan vueltas sobre sí mismos, como un perro que busca la mejor posición para tumbarse. Y dormir. Un mamarracho como Javier Milei, con todos sus estremecimientos, es en realidad un síntoma de dormición. Pensar a estas alturas de que la receta para enderezar una economía devastada por la corrupción es un plan de choque ultraliberal es una imbecilidad de la que incluso el propio Milei, en un raro momento de lucidez, se ha dado cuenta parcialmente: en un discurso populista pronunciado desde una puesta en escena populista, reconoció que "el choque", como él llama su plan de medidas desreguladoras, tendrá "un impacto negativo" en el día a día de los ciudadanos, que tendrán que afrontar "un último trance antes de empezar a ver la luz al final del túnel". Ofuscado y redentorista, por tanto. Pretender enderezar una economía devastada por la corrupción naturalizando la corrupción (la desregulación de los servicios públicos no significa otra cosa, y más en un país con los tres poderes de la democracia en caída libre de hace años) y crispando y polarizando a la opinión pública como nunca antes, ya se ve de lejos que no es exactamente una buena idea. Que la bolsa haga espasmos para saludar lo que parece el definitivo fin del peronismo y del kirchnerismo, o que en Europa algunos se exciten proyectando en Milei sus propias fantasías económicas y políticas, nos habla justamente de un sistema asustado, que intenta calmar se engrosado por su propio cinismo.
De cinismo en mujer lecciones Zelensky abrazándose largamente al nuevo líder trumpista sudamericano por haber mantenido, durante su larga y enloquecida campaña electoral, una postura crítica con la Rusia de Putin, postura tan inestable como el propio Milei. "Ver si cambia de opinión", es casi todo lo que ha dicho, oscuramente, el gobierno de Putin sobre Milei hasta ahora, por boca del portavoz Dimitri Peskov. Luego tenemos los casos que combinan el cinismo con una notable falta de acierto en todas las elecciones: es el caso del rey de España, Felipe VI, quien, después de haber protagonizado una escena pintoresca haciendo caras largas a Pedro Sánchez, no ha dudado en cruzar el Atlántico para ofrecer la cara inversa frente a Milei, al que dio la mano y tocó cariñosamente el brazo con una sonrisa de oreja a oreja. Por si alguien necesita aclaraciones sobre el nivel de la derecha española siempre tenemos a Santiago Abascal, buen amigo de Milei, que dijo lo de colgar a Pedro Sánchez por los pies: se equivocó de referencia porque ésta, justamente, es el fin que va hacer Mussolini. Ahora bien: no es la primera vez que Abascal profiere amenazas o incitaciones a la violencia y el odio. Ya sabemos que no pasará, pero habría motivos más que razonables para que actuara la Fiscalía con tanto o más celo que cuando un rapero, según ellos, insulta a la Corona.
Mientras, Milei no es ni un síntoma: es una anécdota macabra, la gota que colma el vaso, el hámster ultraliberal y neofascista que corre dentro de su rueda hasta caer exhausto. Arrastrando, eso sí, toda la casa detrás suyo.