Marta Pontnou escribe en Núvol un buenísimo artículo sobre esta chica de TikTok, Roro, de quien dice que es “la personificación española de la fundie baby voice: mujeres influencers haciendo tareas domésticas con un tono de voz flojito y suave”. De esta vocecita también dice que "se te clava en el cerebro". En otro artículo publicado en el ARA, Maria Àngels Cabré hace un clarividente análisis de este mismo fenómeno subrayando la estafa de la “mística de la feminidad” que, en el caso de esta influencer, se traduce en “compartir recetas que prepara amorosamente para su novio”.
Entro en TikTok para escuchar algunos de estos vídeos y quedo sorprendida por la vocecita de esta chica. Es una voz que no quiere hacerse oír, casi un susurro. De repente me recuerda la vocecita de Carla Bruni en sus vídeos por Instagram. El catorce de julio, fiesta nacional de Francia, canturrea La marsellesa cerrando unos ojos de gato mientras filma a su maridillo, Nicolas Sarkozy, que con cara de bobo sonríe a su lado. La vocecita de Carla Bruni alimenta la imagen de la mujer seductora, de una Circe de nuestro tiempo. Sabe cómo no dejar ir a los machos que ha atrapado en su red. Pienso también en otra vocecita conocida, la de la actriz francesa Marion Cotillard. En la mayoría de sus papeles (ver por ejemplo la película de Woody Allen Midnight in Paris) la dulzura aterciopelada de su tono de voz caracteriza a los personajes femeninos que interpreta. Lo mismo podríamos decir de Nicole Kidman, que habla flojito soltando las palabras por una boca minúscula, con unos dientecillos que no darían ni para la chuleta de cordero a la brasa de los domingos.
Hay que pensar la feminidad no como una esencia previamente establecida, sino como una construcción que debemos interrogar y que recibimos por dos bandas: por un lado, la sociedad, a través de diversas formas de representación de lo que se supone femenino, y por otro, las propias mujeres, por cómo interpretan una herencia recibida por medio de la educación.
En el capítulo primero de El segundo sexo (segundo volumen), dedicado a la infancia, Simone de Beauvoir escribió la conocida divisa: “No se nace mujer; se llega a serlo”. Cuidado, por cómo las divisas suelen aislarse del texto. Cuidado con lo que viene después: “Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que asume en el seno de la sociedad la hembra humana: es el conjunto de la civilización quien elabora este producto […] que calificamos de femenino.” Y después dice: “Solo la mediación de otros puede constituir un individuo como otro.” Hay que poner de manifiesto la pertenencia de esta frase. Las vocecitas son formas de representación de una feminidad no siempre adecuada. La cuestión de fondo es cómo las chicas ponen la distancia necesaria entre oírlas y escucharlas. Empezamos con la mediación de otros –hoy en día las influencers, una amiga o una vecina– hasta que, despojadas de la alienación de los modelos, que hemos incorporado sin tener noticia de ello, acabamos por preguntarnos de quién estamos hablando. Entonces iniciamos el camino de una voz propia, más allá de las vocecitas de antes.