Pepe Mujica y su esposa, Lucia Topolansky, durante una entrevista en Rincón del Cerro, Uruguay.
15/05/2025
Periodista
1 min

La muerte de Pepe Mujica ha provocado una ola internacional de sentimientos que revelan qué necesidad de modelos de vida tenemos todos, también la izquierda, siempre en busca de utopías disponibles.

Las redes sociales han tijereteado el pensamiento de Mujica y lo han convertido en decenas de aforismos de los que triunfan tanto en la época de la autoayuda servida en píldoras de pensamiento ideales para las páginas de un dietario: "El odio acaba estupidizando y destruyendo", "Triunfar en la vida no es ganar, sino levantarse a cada caída y volver a empezar", "No se cansen de ser buenos, porque aunque parezca que no sirve de mucho, sirve para estar en paz con uno mismo", "No puedes ir al súper a comprar más vida"…

Pero todas estas verdades serían delgadas si no fueran un destilado de vida, de vida dura, difícil, con años de tortura y de cárcel, tanto de él como de su mujer, superados con una sonrisa serena a la salida. La fuerza de Mujica es que era un hombre de verdad, de una sola pieza, de los que viven lo que predican.

Y por eso son un modelo, porque nos ponen frente a nuestras quejas vitales de mundo desarrollado y frente a las parafernalias que nos montamos para alimentar la máquina de la atención. Y nos invitan a reconocer en silencio que parte de nuestra angustia e insatisfacción viene de que tenemos miedo a no tener.

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