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Mientras escribo estas líneas sobre la llegada de la unidad de I+D de Microsoft en Barcelona, cerramos una semana en la que han llovido los titulares que ponen en entredicho cómo nos vinculamos en las redes y los entornos digitales. Nos preocupa, especialmente, cómo pueden afectar al desarrollo personal y profesional de adolescentes y jóvenes. Desde el caso de un chico en tratamiento hospitalario motivado por un uso abusivo de Fortnite, hasta los efectos que genera Instagram entre las chicas con baja autoestima. Se ponen de manifiesto las crecientes diferencias de género en los usos: ellos a competir, ellas a cosificarse. Por si la vuelta al cole fuera poco servida, nos ponen encima de la mesa un nuevo informe de la OCDE con datos alarmantes sobre los índices de repetición y la proporción de jóvenes que ni estudian ni trabajan en todo el Estado. Todo ello me obliga a aportar una dosis de realismo que deshincha la aureola luminosa que supone que una de las cuatro grandes tecnológicas aterrice en Catalunya. Bajo el prisma de la innovación, es una gran noticia, sobre todo para el ecosistema tecnológico y la administración. Tanto el Ayuntamiento, la Generalitat como el gobierno del Estado han situado la digitalización como un eje vertebrador de sus agendas actuales y futuras, cada una a su manera y con acentos particulares. Un anuncio como este, en que una empresa tan relevante en el panorama digital y económico alimenta la retórica de la ciudad innovadora, es una buena ocasión para recordar que ya estábamos remando hacia aquí. Ciertamente uno de los criterios que expone Microsoft es que Barcelona es un polo de atracción de talento donde el sector tecnológico está en auge si miramos los datos sobre el número de personas que trabajan en él, los centros de investigación dedicados a inteligencia artificial y las más de un millar de start-ups en efervescencia. He echado de menos la mención a la capital del humanismo tecnológico, en que el propósito que rige la innovación es poner las tecnologías al servicio de las personas y no a la inversa.  

Si bajamos más al detalle, están buscando ubicación para la oficina y ya tienen una treintena de vacantes publicadas. Dicen que aspiran a captar talento de todo Europa. Intento imaginarme las historias de quienes acaben trabajando allí. Inevitablemente se me aparecen muchos rostros masculinos continentales y de barrios cosmopolitas. Me pregunto cuánto talento local podrán captar y visualizo un caso de cerebro huido con ganas de volver a casa después de pasar una década en las mejores universidades de los Estados Unidos. Me vienen imágenes de otras trayectorias posibles, hasta que me pregunto qué debe de pensar alguien de 23 años que no estudia porque ha visto demasiadas amistades con máster y sueldos indignos, y que tampoco trabaja porque las oportunidades laborales escasean.  

Con todo lo que hemos leído y sentido esta semana y ahora que ha empezado el curso, parece un buen momento para reflexionar sobre cómo recosemos las rendijas que conviven silenciosamente entre ninis, Microsoft y Barcelona.  

Liliana Arroyo Moliner es doctora en sociología, experta en transformación digital e impacto social, Esade
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