No dejamos morir la agricultura urbana

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Un huerto urbano en el barrio de La Prosperitat, en Barcelona.

Cada vez resulta más difícil ignorar los impactos de la crisis ecológica global. El estrés hídrico que sufrimos en algunas zonas de Cataluña no tiene precedentes. Para afrontar esta situación, la Generalitat de Catalunya ha actualizado el Plan Especial de Sequía, una serie de medidas con las que pretende gestionar el agua durante este período de emergencia. Sin embargo, este Plan está provocando un trastorno importante en el mundo de los huertos urbanos comunitarios en Cataluña. Desde el 2 de febrero, la Agencia Catalana del Agua (ACA), cuyo gesto destila desconocimiento y falta de sensibilidad, ha clasificado estos espacios meramente por sus usos recreativos y ha prohibido explícitamente regarlos.

Los huertos urbanos son espacios multifuncionales que constituyen parte de la infraestructura verde de las ciudades. Aunque no son proyectos de grandes producciones alimentarias, son espacios que aportan beneficios sociales, ecológicos y terapéuticos cruciales para las ciudades y sus habitantes. Son espacios que, además de alimentos para el autoconsumo, nos aportan humedad y aire limpio. Son espacios de convivencia, participación comunitaria y aprendizajes. También son un refugio necesario para la fauna urbana y para todo el mundo que busque o necesite un espacio de tranquilidad. Son espacios que aportan bienestar tanto a sus usuarios como también a los que no lo son, ya que, precisamente, bajan la temperatura de las ciudades y generan resiliencia ante la emergencia climática. Y son también los espacios que tenemos más cerca para palpar, disfrutar y entender los ciclos de la vida; espacios demostrativos a pequeña escala de la necesaria transición agroecológica. Estos huertos son utilizados por escuelas, colectivos vulnerables y vecinos y vecinas de los barrios. Los alimentos ecológicos que se cultivan a menudo complementan la cesta alimentaria de colectivos en riesgo de exclusión social. Por todo ello, es fundamental garantizar la supervivencia de estos proyectos.

Es evidente que afrontar la actual situación de emergencia por sequía implica racionar el uso del agua, pero el debate de fondo es qué se prioriza y qué no a la hora de repartirla. El consumo de agua de los huertos urbanos es en realidad proporcionalmente poco relevante. Cómo es posible que se les condene a morir a pesar de todo lo que aportan mientras, por ejemplo, se permite regar los campos de golf con aguas freáticas y regeneradas o se permite consumir a los lujosos turistas más de 500 litros de agua al día? Una vez más parece que el dinero pasa por delante de las personas y de la naturaleza.

Las comunidades de huertos urbanos reclaman a la Generalitat que se les permita un riego de subsistencia que permita mantener la actividad de los huertos y todos sus beneficios sociales, ecológicos y terapéuticos, similar al 20% del riego agrícola indicado en el Pla de Sequera. Además, piden a todas las instituciones que protejan el agroverde de los municipios, con formación especializada y con materiales e infraestructuras que faciliten la autogestión comunitaria del agua en los períodos de sequía, como pueden ser materiales para acolchar, infraestructura para captar agua, mallas de sombreado o semillas y plantel de variedades adaptadas.

De hecho, el 22 de febrero el Parlament de Catalunya debatió sobre las medidas extraordinarias para afrontar la situación de sequía excepcional y presentó varias enmiendas que incluían propuestas para flexibilizar las medidas impuestas en los huertos urbanos. La aprobación resultante tuvo un amplio consenso de varios partidos del arco político. A pesar de este clamor contundente por mantener la agricultura urbana, en este caso el Parlamento no tiene la única palabra –su opinión no es vinculante–. Ahora es necesario que la Generalitat lo escuche y mueva ficha.

La escasez no viene sólo del cielo. Cómo apunta la campaña deDonde no hay no mana, la forma que toma la gestión del agua permite un cierto margen de maniobra. Es importante incorporar valores sociales y ecológicos en los criterios de gestión del agua, no situar los valores económicos por encima de todo. Y también es crucial poder reconocer a aquellos sectores que aportan beneficios clave para la sociedad y permitir que puedan resistir en este tiempo de emergencias. La agricultura urbana es claramente uno de estos sectores y no podemos dejarla morir.

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