Hacia un futuro sin tabaco
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La primera ley antitabaco española es del año 2006, en el primer mandato de Zapatero, y fue ampliada en el año 2010, durante el segundo. Tuvo fuertes protestas en contra, entre las que estaba la de quien suscribe: ya sólo falta que el Estado nos diga a qué hora tenemos que ir a la cama y con quien, repetía a quien quisiera escucharme, inflamado de un individualismo que yo quería imaginar ácrata pero que sólo era idiota. Menciono la anécdota personal porque, lo que entonces blasmé poco menos que como un atentado contra la libertad personal, hace años que me di cuenta de que era una medida necesaria para proteger la salud pública. Me di cuenta, quizás merece la pena aclararlo, cuando todavía fumaba. Tiene que ver con cierta idea del bien común, y con entender que lo justo es priorizar el interés general por delante del particular.

Aparte de las mías y las de tantos otros fumadores acostumbrados hasta entonces a contestar con chistes malos cuando oíamos hablar de fumadores pasivos, la ley antitabaco contó con las protestas de la hostelería, para quien cualquier modificación de los hábitos de ocio y consumo es motivo para poner el grito en el cielo, y naturalmente de las derechas diversas, las españolas y las que no lo son tanto, que veían una ocasión lucida para mostrar su supuesto talante liberal. "Es que no nos gustan las prohibiciones", decían enseguida. Una declaración de este estilo suele funcionar, porque en principio es difícil no estar de acuerdo con quien se muestra contrario a las prohibiciones tan antipáticas. Se basa en la fuerza del argumento ad ignorantiam: nadie, o muy poca gente, se queja del humo en los locales de ocio; por tanto, esto quiere decir que todo el mundo está satisfecho. Además liga fácilmente con ciertas proclamas libertarias, como aquella del “prohibido prohibir” de Mayo del 68, que todavía tiene su público. Pero la realidad es que ahora a todo el mundo le parece una aberración que se fume dentro de un restaurante. Hasta 2006, el humo del tabaco era un elemento que se presuponía a la restauración, y formaba parte de una forma tan natural y arraigada como los cubiertos o el mantel. Y también es cierto que el PP, que ahora se declara en esperpéntica rebeldía contra las medidas antitabaco en las comunidades donde gobierna, nada cambió de la legislación establecida durante los años que Rajoy fue presidente. Otro trabajo tenían, como dirigir tramas Gürtel o policías patrióticas.

La forma de conseguir que los humanos, que vivimos en sociedad, no sometamos el bien común a nuestro gusto y capricho, es a través de medidas que establezcan un orden. Normas, en definitiva, que necesariamente establecerán prohibiciones y obligaciones. Y sanciones, cuando proceda. Las proclamas supuestamente contrarias a la prohibición y favorables a la libertad a menudo no son más que gruñidos reaccionarios que buscan que lo que siempre ha abusado de la paciencia de los demás (o de cosas más sensibles que la paciencia) pueda seguir haciéndolo sin tener que dar explicaciones de su conducta. Suelen seducir a públicos poco atentos, y también intelectuales oportunistas.

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