Noviembre acaba

Un arbusto de boj acebo con frutos
28/11/2025
3 min

Sí, este noviembre termina. Por último. No puedo decir que sea mi más preferido, más bien lo contrario. Oscuridad a ninguna hora, viento, lluvia, humedad, barro por los caminos y podrimen de hojarasca caída. Si las lluvias han sido oportunas y no ha hecho ningún vendaval, podemos contar con el beneficio de setas deliciosas. Para mí, los sureños o cepas, que llaman ahora en las ciudades, por influencia francesa. Son los sabrosos porcinio de los italianos, inolvidables, hechos ay ferry, es decir, a la plancha oa la brasa. Y si son comidos cerca del Panteón, en un restaurante que ya no está, el Settimio, no tienen igual en el recuerdo. Noviembre, aparte de todas sus desgracias y de algunas gracias, pocas, como las setas y los panellets, es el mes de los recuerdos. Empieza con Todos los Santos y con el Día de los Muertos, con toda la pastosidad espesa de la memoria y el olor acre de los crisantemos de los cementerios. Recuerdos que surgen como algo perdido, y nunca más recuperable. Los recuerdos, incluso los más alegres, si los hay, siempre son tristes, porque son lo pasado, lo vivido, lo que nunca más se repetirá. Este noviembre ha sido especialmente triste, lamentable. Si pienso en la política del país vecino, que nos ocupa y que, por tanto, nos impone sus manías y sus costumbres, hemos tenido toda la turbia historia valenciana de los desastres de la dana y su cola que todavía colea –y perdonen la repetición–, hemos tenido la conmemoración del medio siglo de la muerte del Caudillo, ese personaje invitar al rey emérito, que le llaman. Como si esa condena real eximiera a toda la corrupción continua de los partidos de cualquier responsabilidad. En Catalunya, para realizar un zoom de proximidad, hemos reído un poco con la ruptura de Junts con el gobierno de España. Los de Junts ya no saben qué hacer para restar votos a los socialistas. Y es que, por otra parte, este noviembre hemos asistido a la imparable ascensión de Aliança Catalana (sí, ya sé, todo esto de las líneas rojas, de la xenofobia, del fascismo y de la extrema derecha), que parece que multiplicará por diez sus escaños. Pero los partidos de orden, los de toda la vida, que no quieren perder poder, se quedan tan tranquilos aplicando estos adjetivos a la señora Orriols. Una señora que, dicho sea de paso, es la mejor oradora de todo nuestro Parlamentito. Es un gusto, oír sus discursos. Bien articulados, con un catalán coloquial espléndido del Ripollès, y buena parte de razón. Noviembre nos ha traído también, después de diez años de instrucción, el llamado juicio de la familia Pujol. Lamentable, por el estado de salud del presidente. ¿Que no lo ven los jueces que no está en condiciones de declarar? Que juzguen a alguno de los hijos, si es que tienen pruebas de alguna fechoría, pero eso de juzgar a toda una familia y por asociación criminal me confirma el esperpento continuado de la justicia española. Pero el odio histórico es más poderoso que otra cosa, y en España hay mucho acumulado, odio histórico.

Bien, pero como todo, noviembre se acaba y entraremos en el dulce y entrañable mes de diciembre, y digo dulce y entrañable porque al final hay Navidad. Añoro Nadal, este año especialmente, no me pregunten por qué. Serán los años que tengo, que me ablandan el corazón y me hacen desear a Navidad y, a veces, me hacen pensar que quizá no llegue. Porque faltan días, todavía, falta que las bayas de los galleranos se vuelvan bien rojas, falta que el terciopelo del musgo encuentre su ternura. Sueño mis tradicionales montañas de corcho, los caminos nevados de sal gruesa, los pastores con gallos y gallinas, los corderos pastando, los garritos en el pesebre, el ángel de barro estático sobre el portal, con su aleluya congelado desde hace dos mil años. Los tres reyes cargados con regalos algo desconcertantes. El buey y la mula alienando sobre los piececitos del Niño que, esperemos, nacerá un año más para darnos consuelo a todos. A los corruptos, a los filtradores de secretos confidenciales, a los blanqueadores de dinero o de lo que sea, a los xenófobos, a todos…

Tengo ganas de volver a cantar La pastora Catalina, que lleva tres naranjas de China y que enrama el pesebre con acebo, una especie protegida. Tengo ganas de volver a leer los Once villancicos de JV Foix y de ir arriba, por el aso, allá donde la estrella me lleve, cargado con gallinas ponedoras, esperando que la tenora suene, aunque me encuentre bien, en Hora Sola, y no lleve el vestido de cuando me casé.

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