La obsesión holandesa por la inmigración
Esta semana se han celebrado elecciones nacionales en los Países Bajos. Para el 36% de los electores, la inmigración ha sido el tema principal a la hora de decidir su voto. No es de extrañar si tenemos en cuenta que, en los últimos 20 años, cuatro gobiernos han caído antes de tiempo por cuestiones relacionadas con la inmigración y el asilo, en las últimas veces en 2023 y ese mismo 2025. Las personas extranjeras que residen en el país representan el 8,5% del total de la población y el número anual de suelo de 'sólo de suelo' de muchos de ellos. ¿Por qué entonces esa obsesión por la inmigración? Daré tres razones, una política, una socioeconómica y una cultural.
En el plano político, todo cambió a inicios de los 2000 con la figura del político Pim Fortuyn, que de un día para otro desplegó un discurso tremendamente ofensivo contra el Islam. Pim Fortuyn fue asesinado por un activista animalista pocos días antes de las elecciones de 2002 y su partido duró poco. Sin embargo, el impacto no fue menor: a partir de entonces se rompió el tabú que rodeaba las posturas antiinmigración e islamófobas, y Geert Wilders, hoy en día el político con más años de experiencia en el Parlament, tomó el relevo. Pero lo que amplificó sus efectos fue sobre todo la estrategia adaptativa de los partidos políticos de derecha y centroderecha, que acabaron adoptando sus argumentos, y los medios de comunicación, que sirvieron de altavoces empujados por la atención que genera la gesticulación histriónica y la controversia de la extrema derecha.
En el plano socioeconómico, la sociedad holandesa empezó a expresar ciertos malestares. Primero con la pequeña delincuencia en ciertos barrios, después llegó el célebre "por qué ellos y no yo". Los números macroeconómicos no hacen pensar en una situación de escasez. Pero lo que cuenta no es la privación objetiva, sino la privación relativa, es decir, la percepción de tener menos que otros o menos que antes. Este sentimiento ha ido muy ligado a la crisis de la vivienda. Las historias sobre tres generaciones viviendo juntas o sobre estudiantes universitarios que no pueden emanciparse de sus padres, cada vez más frecuentes, van más allá de lo que el holandés medio considera tolerable. Si bien el grado de tolerancia es relativo, lo que sí es cierto es la escasez de la vivienda: se calcula que actualmente faltan 400.000.
¿Pero por qué no hay suficiente vivienda? No por la inmigración. Falta porque no sólo no se ha construido nueva vivienda pública sino que, además, se ha liquidado una parte importante de lo que había a principios de los 2000. Fruto de una política expresa de gentrificación, el estado holandés ha vendido un porcentaje no menor, con la idea de atraer a parejas jóvenes de clase media (sobre todo "blancas"). Pero también falta vivienda porque hoy en día no se puede construir de nuevo. Más allá de la falta de mano de obra, los Países Bajos sobrepasan con creces los niveles máximos (marcados por la UE) de nitratos liberados. Lo que genera de forma desproporcionada es el sector cárnico, siendo los Países Bajos, pequeños como son, el segundo exportador de carne del mundo después de Estados Unidos. Dicho en pocas palabras: más vivienda (cuya construcción también genera nitratos) implica menos vacas, ambas cosas a la vez no son posibles.
En el plano cultural, se combinan diversas dinámicas. La sociedad holandesa se secularizó de repente a lo largo de los años 1980. Esto implicó que la religión dejó de ser un elemento estructurador de la sociedad. Si antes protestantes y católicos hacían vidas aparte, a partir de entonces todos pasaron a ser "iguales" bajo una identidad común que se definió por los valores liberales (matrimonio homosexual, eutanasia, etc.). Aquellos que no los compartían, supuestamente los musulmanes, pasaron a ser elotro de este nuevo nosotros. Además, las políticas neoliberales han hecho de Países Bajos la vanguardia de la globalización. Eso sí, se quejan de que en las grandes ciudades se habla poco el holandés. Por último, el alineamiento histórico con Estados Unidos –llevado a un extremo tragicómico por la figura de Mark Rutte– hizo que la cruzada contra el islam tras el 11-S se convirtiera también en una guerra contra los de dentro.
En suma, los malestares son reales. Pero es más fácil buscar un chivo expiatorio, los inmigrantes, que plantearse cambios que nadie está dispuesto a asumir. La pregunta que se abre ahora es si un gobierno de coalición liderado por los liberales (D66), con el partido de Geert Wilders fuera, podrá superar esa obsesión por la inmigración y abordar los problemas de fondo. Por eso, se tendrá que resolver la disyuntiva entre seguir con la exportación loca de carne o construir más vivienda y entre políticas económicas liberales o menos inmigración, tal y como ya ha prometido el líder de D66 y seguramente nuevo premier Rob Jetten.
Para profundizar más en la temática de este artículo, lea 'Trouble in paradise: la politización de la inmigración en los Países Bajos', Asuntos 140, Cidob (Blanca Garcés y Rinus Penninx, 2025).