Pandémica y corrompida

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Es semana de efemérides, y este jueves se cumplen cuatro años del día que Pedro Sánchez apareció en todas las teles para informar a los súbditos del reino de España que se declaraba el estado de alarma: “Para que los españoles lo entiendan claramente , la única autoridad competente en todo el territorio es la del gobierno de España”, especificó. Así fue. También dijo: "Este virus lo venceremos unidos". Esto ya no.

Desde el primer momento, la pandemia de coronavirus fue terreno propicio para las peores maniobras de la peor política. La tentación partidista se multiplicaba por la intensidad del miedo a la ciudadanía y la de los propios gobernantes, un miedo alimentado por el desconocimiento de la amenaza y del rumbo que podía tomar. Nunca deberíamos cansarnos de aplaudir el trabajo de los científicos que trabajaron —en una contrarreloj verdaderamente histórica— en el desarrollo de una vacuna contra la cóvid-19. Nunca deberíamos dejar de deplorar, también, el papel ensuciador de aquellos que proyectaban interesadamente sombras sobre este trabajo, sombras que después se propagaban entre la población en forma de palabrerías que iban desde la superstición hasta el esnobismo. Contra una opinión bastante extendida por entonces, es discutible que la mayoría de los gobiernos aprovecharan la pandemia para pisar derechos y libertades fundamentales. No se aprovechó la pandemia para instaurar dictaduras ni para derribar estados de derecho (el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional el estado de alarma: sentenció que debía haberse declarado, directamente, el estado de excepción) . En cambio, la ciudadanía se llegó a hacer mucho daño a sí misma, en forma de contagios producidos, en muchas ocasiones, por una arrogante necedad.

Sí que hubo gobernantes que tuvieron conductas delictivas e incluso inhumanas, como el de la Comunidad de Madrid, con una Ayuso que dejó morir a 7.291 ancianos a los geriátricos con el argumento, reconocido en público recientemente, que de todas formas habrían muerto. Cualquier otro delito que se cometiera aprovechando la coyuntura pandémica palidece junto a esta verdadera monstruosidad, cuyo impacto ha vuelto a ser amortiguado por la densa red de protección que rodea a los gobernantes del PP. Las mentiras del 11-M, que se han recordado también estos días, o los mayores escándalos de corrupción de toda la Unión Europea, protagonizados por una organización que tiene incluso la sede central pagada con dinero negro, no afectan al partido más importante del sistema político español.

La corrupción de la pandemia afecta al PSOE con el caso Koldo, y afecta al PP de forma al menos igualmente corrosiva, con el hermano y el novio de Ayuso, y el primo de Martínez Almeida. A estas alturas, la estrategia de ambos partidos pasa por tratar de dar más potencia al ventilador de la basura, a fin de salpicarse mutuamente con más contundencia. Ayuso se presenta como víctima de una cacería. Todo es profundamente sucio y desagradable, exactamente el tipo de ambiente asfixiante en el que PP y Vox se encuentran más a gusto.

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