La paz no puede ser un show
El show Trump que acompañó la firma del acuerdo de tregua (decir "de paz" son ganas de engañar al personal), se mire como se quiera, es una ignominia. Y es inquietante que los líderes del mundo occidental lo hayan amparado yendo a hacer un papelón que quizás un día les dé vergüenza. Que la primera potencia mundial tenga al frente a un personaje sin dignidad ni respeto, capaz de decir una cosa y la contraria siempre que lo pueda capitalizar a su favor, es ya de por sí un indicio de cierto desconcierto mundial. Pero que su espectáculo cuente con distinguidos dirigentes de tradición democrática haciéndole la corte cuesta de entender. Los discursos de Trump comienzan y terminan en sí mismo. Escuchándolo, lo que nos dice es que la paz la ha hecho él y a partir de ahora él hará y deshará, con unos proyectos de desarrollo delirantes que solo caben en su cabeza y que solo pueden servir para complicar aún más la situación. Trump ya tiene la medalla, no le dieron el Nobel pero se ha autopremiado con una de esas ceremonias en las que todo gira en torno a su ego. Y los líderes europeos acudieron uno tras otro porque no se puede menospreciar la oportunidad de la paz.
De paz, nada; sencillamente se han detenido, no del todo, las armas. ¿Hasta cuándo? Ni un paso que pueda dar señales de superar la dinámica de confrontación. Con un hecho grotesco: la ausencia de los principales actores, los dirigentes palestinos e israelíes. Es decir, se ha hecho la paz sin los protagonistas del conflicto. Y el mensaje es que la palabra de Trump lo puede todo. ¿Qué hará? Una vez regresado a Estados Unidos adornado con la gloria pacificadora, ¿tardará mucho en olvidarse de todo esto? La paz sin las partes implicadas es grotesca. Y, sobre todo, sabiendo quiénes son: un Netanyahu que ha destruido Gaza –con la complicidad de un Trump después convertido en Dios pacificador– con el apoyo de los suyos, y Hamás, autor de unos episodios salvajes de secuestros y muerte, que ha tardado en liberar a los secuestrados supervivientes un tiempo en el que los judíos han matado a más de sesenta mil ciudadanos gazatíes. ¿Es forma de proteger a los palestinos?
Todo está por hacer. ¿Cuánto tiempo tardará Trump en olvidarse de ello? ¿Quién tiene que hacer efectiva la promesa de paz que se ha celebrado en Egipto? ¿Los países de la zona que se han movido últimamente, Qatar, Egipto y compañía, garantizarán la continuación? Todo está en el aire. El presidente Sánchez, que acudió a Egipto y tuvo que aguantar la sorna de Trump –"Lo estáis haciendo muy bien"–, ha dicho en la SER que lo que se ha logrado es la liberación de prisioneros y el acceso de ayuda humanitaria a Gaza, y que ahora hay que ver qué pasos dar. Nadie va mucho más allá de las generalidades. La paz no puede significar impunidad. Y hay razones para sospechar que puede haber quien se crea con derecho a hacer y deshacer. Netanyahu no tardará en encontrar motivos para sentirse de nuevo agredido.
Es evidente que los iconos de la maldad en este conflicto deberían ir saliendo de la escena, por decencia, por elemental credibilidad y confianza. La defensa del derecho internacional humanitario no basta con enunciarla, debe hacerse efectiva, y el diálogo entre Israel y Palestina es imprescindible. ¿Cuándo y en qué términos se abrirá? No puede haber una paz susceptible de pervivir si los actores tienen que hacer de espectadores. Solo ellos pueden de verdad resolver el conflicto. Y esto no puede hacerse con una tutela decantada hacia una parte. Todo el mundo sabe que Trump no es neutral, que hay intereses nada inocentes que lo han llevado hasta aquí. Y que es su ego, con necesidad de satisfacción permanente, el que le ha dado un paso que deja una fotografía del personaje manejando la escena con la patética sumisión de todos los demás. Estos delirios duran lo que duran, porque Trump siempre desplazará su ego allá donde encuentre más recompensa inmediata.
Genera inquietud que se entregue la centralidad a un personaje tan siniestro. Obliga a preguntarnos dónde estamos. ¿Qué entendemos por civilización? Por mucho que estemos en la sociedad espectáculo, la paz no puede ser un show. Hay que ir hasta el fondo y reordenar las cosas de verdad, construyendo compromisos, instituciones y vínculos sólidos. Lo que no hay en Gaza. ¿Y quién lo hará si ni siquiera sabemos quién la gobernará? Después del domingo, ¿qué?