Tanta pereza sí no

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Una chica tumbada en el sofá.

Se puede tener pereza concreta, pero no pereza universal. Se puede tener pereza de ir a cenar con un matrimonio, se puede tener pereza de comer, pero no se puede tener pereza de vivir. El escribiente decía que preferiría no hacerlo, pero no decía que deberían matarlo si querían que hiciera lo que fuera.

Hay un tipo de persona –y es cierto que aparece, como las luciérnagas, en verano– que tiene pereza de todo. De hablar, escuchar, sobre todo. Tiene pereza –y ésta no se puede perdonar– de asombrarse. Parece como si sorprenderse de algo (de un dato, del sabor de un plato, de un fenómeno meteorológico, de una proeza) le hiciera parecer menos inteligente. Tiene pereza de decir: "No lo sabía". Tiene pereza de coger el metro, de quedarse en casa, de ir al cine, de ver una serie, ya no hace falta decir que tiene pereza de leer. Tiene pereza de vestirse para cenar, tiene pereza de andar, tiene pereza de cortarse las uñas. Tiene pereza de ir de vacaciones, tiene pereza de gastar, tiene pereza de mirar una tienda, tiene pereza de razonar, tiene pereza de risa y de reír. Tiene pereza de levantarse y tiene pereza de acostarse. Tiene pereza de socializar, tiene pereza de jugar ya todas las perezas que tiene le pone una excusa. "La gente es idiota", dice.

En mi pueblo natal había un señor que tenía un mal nombre. Era en Luegu-luegu. Le decían así porque cuando se le proponía hacer lo que fuera él siempre contestaba que después, con estas palabras: “Luego, luego...” Luegu-luegu era perezoso porque fumaba mucha marihuana y aquél después nunca llegaba. El tipo de perezoso que describimos no fuma, le sale de natural. Y no se da cuenta de que la vida es muy corta para tantísima pereza.

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