Las pruebas internacionales que toman el pulso a la educación de un país (PISA, TIMMS o PIRLS) son tan similares a los tests de inteligencia que podemos sospechar que, en realidad, más que evaluar competencias, evalúan intelectuales. ligencias. Es fácilmente comprobable la altísima correlación existente entre los resultados de estas pruebas y el cociente intelectual medio de cada país. Todas hacen preguntas a los alumnos sobre una información que se les ha suministrado previamente y que piden la ejecución de diferentes operaciones mentales: comprender la información del enunciado, retenerla y compararla con la información que ya se tiene en la memoria; llevar a cabo algún tipo de razonamiento; encontrar similitudes y diferencias, etc. Además, es necesario hacer todo esto a una determinada velocidad. ¿Y estas operaciones no se corresponden, al dedillo, con los procesos cognitivos que miden los test clásicos de inteligencia?
Detengámonos en la evaluación de matemáticas de la prueba de PISA. Sitúa a los jóvenes de quince años ante una serie de problemas de complejidad creciente para cuya resolución hay que ir incrementando, al mismo tiempo, la complejidad de las operaciones mentales necesarias para resolverlos.
PISA es como un termómetro. Así como un número del termómetro –40º, por ejemplo– es un índice cualitativo de la situación sanitaria de una persona, una puntuación en PISA indica los límites cognitivos de un alumno para resolver determinados problemas. Es decir, nos indica hasta dónde llegan sus recursos intelectuales. Los problemas que sobrepasan estos límites le resultan irresolubles porque no sabe cómo hacerle frente.
Debemos tener muy claro que PISA no evalúa conocimientos sino el alcance de los recursos intelectuales de un joven. La media de ese alcance es, para el conjunto de los países de la OCDE, de 472 puntos. La de Castilla y León es de 499; la del conjunto de España, de 473, y la de Cataluña, de 469. Insisto: este 469 de la media catalana no mide conocimientos, sino algo mucho más interesante: la complejidad intelectual de nuestros jóvenes de 15 años.
Cuanto mayor es la puntuación, mayor es también la capacidad para trabajar sobre temas abstractos, emprender tareas difíciles (por ejemplo, encontrar el procedimiento óptimo para resolver un problema complejo recurriendo a la creatividad y al pensamiento flexible). Los alumnos de los niveles superiores de PISA ponen de manifiesto lo que Jean Piaget llamaba un “pensamiento formal”. Obtienen puntuaciones que superan los 607 puntos y están en torno al 10%. Cuanto menor es la puntuación, más limitados son los recursos intelectuales de un joven. En los niveles inferiores encontramos los que sólo pueden contestar a preguntas sencillas, con instrucciones directas, en contextos fáciles en los que toda la información requerida es explícita y las preguntas se pueden resolver con una operación simple con números enteros. Sus puntuaciones no alcanzan los 420 puntos. Son alrededor del 15%.
La distancia entre unos y otros es de 187 puntos. Como PISA dice que una diferencia de 25 puntos equivale a la de un año escolar, hagan cuentas.
Los del grupo superior son capaces de desplegar operaciones de segundo orden (que versan sobre proposiciones basadas en conceptos). Los del inferior, sólo saben realizar operaciones de primer orden (que versan sobre datos concretos). Los primeros tienen un pensamiento formal; los segundos, un pensamiento concreto. PISA asume los postulados epistemológicos de Jean Piaget.
Observamos ahora qué ocurre en Cataluña a partir de una secuencia de datos. A continuación encontrará los años de los diferentes informes PISA acompañados de dos números separados por una barra. El primer número es el porcentaje de alumnos con pensamiento formal. El segundo, el porcentaje de alumnos con un pensamiento concreto. Fijémonos en las trayectorias. 2009: 11/9; 2012: 9/20; 2015: 8/20; 2018: 9/22; 2022: 5/30.
Si la inteligencia fuese un rasgo genético inalterable, tendríamos motivos para un pesimismo inconsolable. Pero se asemeja más a una goma con un amplio coeficiente de elasticidad que se puede mejorar con el ejercicio intelectual. La mala noticia es que para ejercitar la inteligencia necesitamos algo sobre lo que ejercitarla, es decir, conocimientos, y hoy los codos se consideran herramientas intelectualmente obsoletas. Pero, nos guste o no, los codos son nuestros aliados. Por eso llevo en mi corazón aquella humilde escuela de Cúcuta, en la frontera de Colombia y Venezuela, que cuando me invitó a dar una charla me puso una condición taxativa: “Por favor, respete a nuestros alumnos. No se lo ponga muy fácil”.