1. Cinismo. Una vez más, el PP ha demostrado su falta de empatía a la hora de gestionar las situaciones de catástrofe humanitaria. Siempre con el cálculo político por delante de la realidad. Nunca olvidaremos el atentado yihadista del 11-M, que Aznar, para no perder las elecciones, achacó a ETA contra toda evidencia (y las acabó perdiendo). El aguacero catastrófico del País Valenciano es la última incorporación a la miserable lista de situaciones críticas gestionadas desde el interés partidista.
A medida que pasan los días, que la magnitud de la catástrofe es indisimulable y que las responsabilidades políticas, a corta y larga distancia, son evidentes, el PP vuelve a poner el interés partidista por encima de las necesidades. Y esta vez está llegando incluso a las rencillas internas entre dos líderes de bajada. El presidente Mazón buscó inicialmente la complicidad con Sánchez para aparentar una paz colaborativa ante la catástrofe. A Feijóo no le gustó porque su primera reacción, como siempre, fue tirar contra el presidente español, pero a medida que se ponían en evidencia los graves errores del presidente valenciano Feijóo se ha olvidado de él, quizás pensando que sacrificándolo se salvará, y ahora pide que el gobierno español tome el control total de las operaciones. Miserables ejercicios de supervivencia que solo ponen en evidencia la debilidad de los dos protagonistas. Mazón ya está exprimido y no da más de sí, en el PP crece la conciencia de que con Feijóo difícilmente darán el salto.
Ahora mismo todas las señales apuntan al presidente valenciano. El retraso en hacer efectiva la alerta a la ciudadanía e imponer el confinamiento ha sido determinante, pero es que al mismo tiempo él representa como nadie la política del PP que ha contribuido poderosamente a dejar el país al pie de los desbordamientos meteorológicos. En los dieciséis años (1995-2011) que el PP gobernó la comunidad con Eduardo Zaplana y Francisco Camps, con su peculiar desarrollismo salvaje, contribuyeron poderosamente a ocupar el territorio desde el negacionismo del cambio climático, ridiculizando las políticas que hacían bandera de ello. Y su discurso neoliberal de bar ha llegado a afirmaciones tan ridículas como la de Mazón cuando dijo que confinar es de izquierdas. El principio de la libertad individual sin límites –ni siquiera la protección de la tierra que habitamos– ha imperado estos años en la derecha valenciana con un desficio por el dinero y la insolencia que ahora se paga. Y seguramente aún serían capaces de decir que el abrumador expediente judicial de Zaplana también es culpa de la izquierda.
2. Confrontación. Luego, pues, de las primeras fotos con Sánchez, Mazón, a quien todo el mundo ve ya como amortizado, ha iniciado el giro en busca de una vez más la confrontación para salvar la piel. Tengo la sensación de que no le queda margen. Feijóo ya lo ha dejado colgado y busca el protagonismo perdido. En todo caso, la última andanada de Mazón lleva el ridículo al límite: pide al gobierno español una aportación económica similar al presupuesto total de la Generalitat Valenciana. No hay mayor expresión de la miseria política que no estar a la altura en una situación de crisis, y Mazón, que cree que confinar es de izquierdas, decidió el confinamiento cuando ya era tarde. Miseria del neoliberalismo de salón. Y con todo ello una evidencia: una vez más el impulso de la ciudadanía ha aportado la energía necesaria antes de que la política desplegara los instrumentos necesarios. Las caravanas de voluntarios han sido impresionantes, aunque la política tuviera dificultad para gestionarlas.
Hay situaciones –como por ejemplo una catástrofe ambiental– en las que la politiquería, que ya soportamos cada día, se hace insoportable, porque pone en evidencia el nivel de los políticos, a menudo, como en el caso de Mazón, personas que se apuntan a un ideario dibujado con cuatro tópicos y pueden llegar a creer que un confinamiento es un abuso de poder propio de la izquierda y que el cambio climático es una ideología izquierdista para impedir el desarrollo económico. Parece mentira, pero eso ocurre. ¿Verdad que nos sorprendería que dirigiera una fábrica una persona que desconociera lo que se hace? Pues en política a menudo existen liderazgos montados sobre falsedades manifiestas convertidas en presuntas verdades. Oyen confinamiento y entienden colectivismo. Incapaces de gobernar en la escena, lo que salva la situación a menudo es la espontánea respuesta ciudadana. Y en ese vacío que deja la política siempre queda un agujero para la extrema derecha, que estos días campa haciendo de las suyas por las calles de las ciudades valencianas más afectadas, en medio de una sensación de desamparo de la ciudadanía. Las conductas irresponsables solo dañan a la democracia. No resuelven los problemas, los complican.