¿Otro PP después de la amnistía?

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A lo largo de su historia, el catalanismo político, el nacionalismo catalán, ha oscilado entre la vía del pacto y el intento de transformación del Estado y la vía independentista, de la ruptura, desde la convicción, en este último caso, de que España nunca aceptará la diversidad como consustancial, sino que seguiría tratando de arrinconar y finalmente hacer desaparecer la diferencia catalana. La realidad es que seguimos en una especie de empate infinito marcado por la incomodidad, la insatisfacción y la irritación de muchísimos catalanes por cómo España se relaciona con Catalunya. Estos ciudadanos no sienten que España los acoja ni los respete, y menos aún que sea capaz de proteger y apreciar el catalán.

Una carambola aritmética en las elecciones del pasado julio ha hecho que el PSOE, uno de los dos grandes partidos sistémicos españoles, haya establecido negociaciones con el independentismo catalán, Junts per Catalunya y ERC, para conseguir seguir gobernando. A estas alturas no es ni mucho menos seguro, pero sí probable, que estas negociaciones desemboquen en un pacto que, si nada cambia, tendrá la amnistía como un elemento central, pero no único. La muestra de que el pacto es probable, o que al menos así lo cree Pedro Sánchez, la dio el propio líder socialista ante el comité federal del PSOE. Sánchez desarrolló un discurso importante, de peso. Señaló que el pacto contribuirá al reencuentro entre catalanes y catalanes con España. También reconoció que se estaba hablando de la amnistía porque necesita a los independentistas para ser investido. Estamos haciendo, sentenció, "de la necesidad virtud".

Sánchez aspira a reunir a su alrededor a un grupo heterogéneo de fuerzas políticas que tienen en común una visión de España menos centralista y también más plural que la hasta ahora vigente. El PP, el mismo que en 1996 con Aznar firmaba el pacto del Majestic, ha involucionado desde entonces. En 2000 el PP renunció al centro y volvió a endurecer sus posiciones. En los últimos años, uno de los factores que han alimentado la radicalización del PP es Vox, un esqueje de los populares que reúne a parte de sus elementos más derechistas, españolistas y populistas.

Se ha dicho y escrito que el pacto entre el PSOE y los independentistas catalanes podría dar paso a una nueva etapa, una etapa que, superando la condena a la “conllevancia” orteguiana, condujera a la larga a una posición confortable, satisfactoria, de Catalunya en el contexto español. La "virtud" del pacto iría más allá de la investidura y la legislatura, para dar paso a la ansiada transformación de España. Es sin duda una proyección muy optimista. No nos encontraríamos, según esta visión, frente a un asunto meramente coyuntural, sino al principio de un cambio profundo. La mayoría “Frankenstein” pasaría de monstruo chapucero a motor de transformación. Este razonamiento parece, por otra parte, conectar de algún modo con el deseo de un "acuerdo histórico" expresado por Carles Puigdemont en su también importante discurso del 5 de septiembre.

Pero volvamos al realismo. Una formulación en términos distintos de la relación entre Catalunya y España no es viable y tampoco puede ser duradera sin el concurso de la derecha española, que tiene el anticatalanismo como parte integrante de su visión de España. Este anticatalanismo no es fruto de la Guerra Civil sino muy anterior, como explica Borja de Riquer en su imprescindible biografía Francisco Cambó. El último retrato.

Sin embargo, parece que el actual líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha entendido que es muy complicado, aritméticamente, pero también desde otros prismas, ganar al gobierno español y gobernar de la mano de Vox, a pesar de que los zancos de la extrema derecha le han servido para conquistar un grupo de autonomías y muchas ciudades españolas. Hasta ahora, Feijóo ha sido incapaz de imponer en el PP la visión moderada y pragmática que se le atribuye. Ha ido haciendo vaivenes e incurriendo en contradicciones, participando en la agitación de las calles contra Sánchez y renunciando a doblegar a los sectores más duros, los cuales tienen en Isabel Díaz Ayuso a su referente. Sin embargo, de vez en cuando Feijóo ha dado muestras de querer acercarse al nacionalismo catalán. Lo vimos el día que recordó que Catalunya es una “nacionalidad” o, hace poco, al expresar su respeto por Puigdemont.

Que pueda abrirse una nueva etapa depende de muchas variables, pero una de ellas, imprescindible, es que el PP vaya virando en dirección a la centralidad. Para ello necesita determinación en el liderazgo y también que Vox se siga desinflando. La amnistía, es decir, el borrado de la represión, supone, por su parte, remover un gran obstáculo que se interpone entre el PP y Catalunya. Un obstáculo que ahora concentra airadas protestas de la derecha, que lo utiliza de arma contra Sánchez. Una vez que la amnistía sea un hecho, una vez este elemento de discordia haya sido metabolizado, haya desaparecido, será más fácil para el PP, paradójicamente, una aproximación diferente y más razonable a la cuestión catalana.

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