El aeropuerto de El Prat empezó el siglo XXI con cerca de 20 millones de pasajeros, y el año pasado alcanzó los 55, consolidándose como uno de los mayores de Europa. Este hito ha sido posible gracias a la ampliación aprobada en 1999 y ejecutada a lo largo de la primera década del siglo, que incluyó la construcción de la pista de mar y de la terminal T1. Ahora, el aeropuerto ha alcanzado su máxima capacidad, y el gobierno de Salvador Illa acaba de dar el visto bueno a la ampliación que desde hace seis años propone Aena.
En este momento, deberíamos tener presente que el fenomenal crecimiento del tráfico en El Prat a lo largo del siglo XXI ha alimentado un crecimiento de la economía catalana que también ha sido fenomenal, pero que no ha conllevado una mejora del bienestar de la ciudadanía. Por poner algunas cifras: el PIB ha crecido un 50%, pero la renta de la que dispone el catalán medio para consumir y ahorrar no ha aumentado en absoluto. Es más: si este catalán vive de alquiler en Barcelona su renta disponible ha mermado un 33%. Ha crecido, y mucho, el número de turistas, pero el bienestar más bien se ha reducido. Cabe decir que lo mismo ha ocurrido después de las enormes ampliaciones de los tres aeropuertos de las Baleares.
Hay una minoría de catalanes que aplauden la ampliación porque identifican las obras con el progreso, de la misma manera que hay otra minoría que se opone porque aboga por el decrecimiento, y más si las obras tienen que hacerse en un espacio sensible medioambientalmente. La pregunta que nos tenemos que hacer el resto es la siguiente: ¿qué tipo de crecimiento económico sustentará la ampliación que ahora se nos propone?
La respuesta no es en absoluto trivial, entre otras cosas porque las ampliaciones anteriores, la de 1968 y la de 1992, sí alimentaron un crecimiento que benefició, y mucho, a la mayoría de los catalanes.
La ampliación puede reforzar la trayectoria actual, porque un aeropuerto con mayor capacidad puede traer a más turistas. Pero crecer de otra forma exige un aeropuerto con mayor capacidad para soportar vuelos transcontinentales, ya que una economía basada en la industria del conocimiento es una economía que necesita buenas conexiones con el mundo, y sobre todo con el Pacífico. Por lo tanto, la ampliación que se nos propone puede dar lugar a ambas cosas: sin un aeropuerto bien conectado con el Pacífico no podremos consolidar una economía más próspera, pero un aeropuerto más grande puede hundirnos aún más en un crecimiento empobrecedor.
A Salvador Illa le gusta aparecer como una persona previsible, y por eso acaba de presentar el proyecto que era de esperar, una variante de la propuesta original de Aena. Lo importante no es la propuesta concreta. Esta es una de las opciones posibles, y todas tienen sus inconvenientes. La cuestión es si el gobierno que la impulsa tiene un modelo de desarrollo para Catalunya que apueste por el PIB per cápita y no por el PIB; y esto último solo es posible no si el turismo deja de crecer, sino si decrece. Solo dentro de un plan económico más amplio tiene sentido la ampliación que ahora se propone.