El precio de la electricidad y las crisis del petróleo

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La factura de la electricidad es una preocupación creciente por familias y empresas.

Es notable la analogía entre el actual incremento de los precios de la electricidad y lo que pasó con los precios del petróleo durante las dos grandes crisis que se vivieron entre 1973 y 1975 y entre 1979 y 1981. Aquellas crisis, hijas de encarecimientos repentinos y extraordinarios del precio del crudo, frenaron la capacidad de crecimiento de todas las economías más prósperas del mundo, muy dependientes de las importaciones de oro negro. El petróleo servía, y sirve, como combustible, como materia prima química y como materia prima para producir electricidad (lo que denominamos termoelectricidad). La doble crisis significó una gran redistribución de ingresos de todo el mundo hacia los países productores y exportadores de petróleo barato.

Los países importadores –la gran mayoría del mundo– tuvieron dos grandes pautas de comportamiento. La mayoría trató de encajar la crisis con políticas de rentas. Se subieron los salarios para compensar la caída del poder adquisitivo. Los bancos centrales dieron crédito a las empresas para facilitar que pudieran superar el encarecimiento de sus costes (energía y trabajo). Los efectos inflacionarios se hicieron sentir rápidamente y sindicatos y patronales supieron negociar cada vez mejor, de forma que realimentaban la inflación con el visto bueno del gobierno. El Reino Unido, Francia e Italia pasaron por aquí, y otros muchos, incluyendo productores que eran importadores, como EE.UU.. La espiral inflacionaria no consiguió controlar las consecuencias del encarecimiento del petróleo, más bien al contrario. Al cabo de unos años estas políticas, completamente fracasadas por incapaces de reducir el paro, fueron abandonadas por otras (conocidas como neoliberales) que dieron prioridad a controlar la inflación. Fueron Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en EE.UU..

En cambio, otros países aceptaron inmediatamente el encarecimiento de una primera materia que no producían, aceptando el incremento de los precios y trasladándolo a todos los agentes económicos (familias y empresas). Hubo dos casos paradigmáticos: Alemania (y el área del marco) y Japón (y los otros Tigres Asiáticos). En los dos casos se sufrió una crisis dura, pero breve, y se volvió a crecer en base a unos precios de la energía más caros, pero sin caer en una deriva inflacionaria. Las industrias de estos países abandonaron las actividades intensivas en el consumo de energía y se abocaron en invertir en otras, intensivas en conocimiento (ingeniería, para ser precisos). La electrónica japonesa o la construcción de maquinaria alemana dieron grandes saltos adelante que consolidaron a los dos países como grandes potencias exportadoras de tecnología. Su prosperidad se relanzó sobre esta base.

Hubo un tercer caso: el español. En pleno final del franquismo, con el mismo dictador enfermo y el presidente del gobierno, Carrero Blanco, asesinado por ETA, el gobierno se sintió muy débil y optó por negar la crisis. A medida que subía el precio del petróleo el gobierno franquista fue bajando los impuestos sobre el petróleo, hasta anularlos completamente e incluso subvencionarlo. Llegó un momento que España, gran importadora de crudo, ofrecía unos precios de electricidad muy baratos, hasta convertirse en un paraíso para las actividades intensivas en energía. Una absurdidad. Cuando años después se normalizó el precio del petróleo y dejó de subvencionarse su consumo, muchas empresas tuvieron que cerrar, dejando un doloroso rastro de puestos de trabajo y capital perdidos que alargó la crisis del petróleo hasta diez años.

Ahora se repiten circunstancias, que no son idénticas, pero que tienen una fuerte analogía. El encarecimiento de la electricidad –esta vez no de los combustibles, pero sí de la termoelectricidad, encarecida por la obligación de compra de derechos de emisión de CO2– vuelve a ser decisión política, en este caso para desplegar políticas de mitigación del cambio climático. Lo es a escala europea. Seguro que hay muchos más factores en el encarecimiento de la electricidad, pero abaratar el consumo de la electricidad para deshacer el encarecimiento que inducen los derechos de emisión es adoptar una política con una mano y deshacerla con la otra. Si hay un problema de pobreza energética hay que combatirlo con apoyo a las rentas bajas, por ejemplo, mediante el IRPF. Pero si se quiere consumir menos energía sucia, emisora de CO2, hay que encarecerla. Así se dan incentivos para dejar de consumir combustibles contaminantes e incentivos para incrementar la producción de fuentes energéticas renovables. Además, es un incentivo para consumir menos electricidad y más conocimiento. La solución alemana y japonesa fue la buena. La solución de los otros grandes estados de Europa Occidental no fue buena. Costó mucho salir del lío de la inflación y el paro. Pero lo que fue peor fue engañarnos pensando que el petróleo que comprábamos no había subido de precio. ¡Que no volvamos a caer en la misma trampa!

Albert Carreras es director de ESCI - Universitat Pompeu Fabra
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