La pregunta de un nuevo referéndum

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Boletín de votación del referéndum del 1-O.

¿Cuál tendría que ser la pregunta de un hipotético nuevo referéndum de autodeterminación? La cuestión puede parecer ociosa por varias razones. La primera, porque ya se hizo uno, la aplicación del cual quedó aplazado por las circunstancias que ya sabemos, y hay quien cree que no hace falta volver a hacerlo. La segunda, porque uno de los partidos políticos que tiene cerca de la mitad del electorado independentista considera que no es la hora de volver a hacerlo. Y la tercera, claro, porque quien tendría que hacer posible que se volviera a hacer de manera civilizada, sin brutalidad policial, no para de decir que del referéndum ya nos podemos ir olvidando.

Y, aun así, creo que la esperanza en un futuro políticamente emancipado obliga a mantener viva la tensión dialéctica entre estos dos viejos principios tan conservadores: el de tener los pies en el suelo, que todo lo paraliza, y el de hacer castillos en el aire, que nos hace vivir de ilusiones. Y la manera de hacerlo es seguir haciendo preguntas aparentemente extemporáneas, que pueden parecer fantasiosas, pero que ayudan a mantener vivo el qué y fuerzan a pensar en el cómo.

La cuestión de cuál tendría que ser la pregunta de un nuevo referéndum, pues, no es sobrera. Lo vimos en el caso del referéndum de la OTAN de 1986, en el que se hicieron varias pruebas hasta encontrar la pregunta que aseguraba que ganara el sí. Y ahora lo ha mostrado un estudio publicado por la London School of Economics escrito por los profesores de ciencia política Rob Ford, de la Universidad de Manchester; Rob Johns, de la Universidad de Essex, y John Garry, de la Queen's University de Belfast. Según su investigación, la fórmula empleada para hacer la pregunta puede llegar a condicionar hasta un 6 por ciento el resultado y, por lo tanto, determinar el curso de la historia de aquella nación. 

Recordemos que en Escocia los resultados de las encuestas sobre el apoyo a la independencia son calcados a los de Catalunya, e igual de volubles. La última encuesta, de mediados de septiembre, pronosticaba un 44 por ciento al sí, un 47 al no y un 9 de indecisos. En cambio, en marzo pasado otra encuesta daba un 52 por ciento al sí, un 41 al no y un 7 de indecisos. Pero la pregunta también marca la diferencia. La del referéndum de 2014 –“¿Escocia tendría que ser un país independiente?”– los autores del estudio dicen que es la más “neutral”. La más favorable al sí sería: “¿Está de acuerdo con que Escocia tendría que ser un país independiente?”, donde “Está de acuerdo” favorecería un sesgo de confirmación y por eso la Comisión Electoral la bloqueó en 2014. Y la pregunta que más gusta a los unionistas es la que sigue el modelo del Brexit de 2016: “¿Escocia tendría que permanecer en el Reino Unido o salir?” Los resultados por el sí van del 48 por ciento en la primera fórmula a más del 50 en la segunda, y por debajo del 45 en la tercera.

En el caso de Catalunya, sin embargo, hay otro factor determinante en la respuesta a la pregunta –que no tiene Escocia– y que tiene que ver con las condiciones en las que se podría hacer esta independencia. Quiero decir que, fuera cual fuera la pregunta, la respuesta aquí depende de si se mantiene o no el marco de represión y de amenazas del Estado y el esperpento de la fractura interna. Por eso, en las encuestas sobre la independencia siempre he echado de menos este doble supuesto: uno, “qué votaría si el referéndum se hiciera en las condiciones políticas actuales”, y dos, “qué votaría en el caso de tener la garantía de que España aceptaría el resultado y de que la separación se acordaría de manera amistosa y sin represalias”. No es extraño que todos los gobiernos controlen los organismos oficiales de opinión: es para hacer las preguntas que tocan.

Ya he reconocido que tanto el debate sobre la pregunta como el supuesto de juego limpio en un futuro referéndum de autodeterminación ahora parecen cuestiones extravagantes. Pero no es más quimérico que confiar en la mesa de diálogo para la amnistía y el referéndum. Y, en cualquier caso, nos ayudan a recordar la dimensión autoritaria y no democrática del conflicto en el que España se ha instalado.

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