Jóvenes con pañuelo en la cabeza caminan hacia el instituto, en el barrio del Raval de Barcelona.
17/06/2025
Periodista y doctora en antropología social y cultural
2 min

Recientemente ha sido rechazada la moción de Aliança Catalana, presentada con el apoyo de Vox, que intentaba prohibir las diferentes formas del velo islámico en espacios públicos o instituciones como escuelas e institutos. Se trataba de resucitar así un viejo debate que en Catalunya se abrió en el 2010. Hoy, alrededor de veinte municipios catalanes todavía conservan ordenanzas con algún tipo de prohibición.

Lo primero que hay que señalar es que la "cuestión del velo" se intenta construir de forma recurrente como un problema. Es un conflicto que no existe. En realidad, es una forma de atacar a los y las musulmanas, de vehicular tanto la islamofobia existente como el rechazo a las migraciones en busca de votos o de la atención mediática. Es una manera de decirles: nunca seréis "de aquí" si sois musulmanas. Aunque Sílvia Orriols diga que "el velo discrimina", a nadie le preocupa en realidad la situación de estas mujeres, porque si así fuera, las preguntas serían otras: ¿cuáles son sus necesidades? ¿Dónde están sus voces en el debate público?

Estos actores de extrema derecha dicen que "el islam es incompatible con los valores occidentales". En esto no son muy originales, simplemente copian los argumentos de otros partidos ultras de toda Europa. El argumento implica achacar la discriminación de género a otras culturas, fundamentalmente al islam, para impulsar un sentimiento de superioridad nacional: la cultura catalana –o española– es mejor que otras menos "avanzadas". Se representa así al islam como una religión siempre fundamentalista y a las mujeres musulmanas como perennes víctimas necesitadas de rescate. Es evidente el profundo desprecio y racismo que revelan estas posiciones incapaces de reconocerles agencia y capacidad de decisión.

¿Puede haber presiones para el uso del pañuelo en determinados contextos? Es posible. Pero si la preocupación fuera realmente esta, la estrategia para enfrentarla debería ser completamente distinta: debería enfatizar la autonomía económica y vital de estas mujeres para aumentar sus posibilidades de decisión y acción. De hecho, el mayor problema de la mayoría de estas mujeres no es el velo, sino la falta de papeles, las condiciones laborales, ya que muchas veces ocupan los segmentos más explotados de la fuerza laboral, y el racismo cotidiano que deben enfrentar, sean migrantes o sean catalanas y españolas. Las prohibiciones, además, ignoran el hecho de que el pañuelo para muchas musulmanas constituye una expresión religiosa y cultural legítima y, por supuesto, no buscan proteger a las niñas, sino excluirlas utilizando la religión como excusa.

Si en Irán la imposición estatal del velo se ha utilizado como arma en contra de los derechos de las mujeres, como feministas apoyamos a estas mujeres en su lucha contra la dictadura. Pero por la misma razón, en Europa debemos oponernos a la prohibición de este mismo velo: que nadie nos diga cómo y dónde tenemos que vestirnos y qué partes de nuestros cuerpos podemos enseñar o no. No en nuestro nombre.

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