Prostitución: que la vergüenza cambie de bando
Como lectora siempre me ha sorprendido la cantidad de prostitutas que aparecen en los libros escritos por varones. Diría que los autores de mi generación y más jóvenes ya no representan con tanta normalidad esta figura tan presente en el imaginario masculino. Como si fuera lo más normal del mundo pagar dinero por comprar relaciones sexuales. Por supuesto que siempre buscan algo más que sexo, en las explotadas: buscan poder y dominación, hacer lo que quieren sin tener que dar explicaciones ni tener que responder a los requerimientos de la persona con la que se han encamado. Es decir, que muchos pagan por poder deshacerse de la humanidad que tienen la manía de tener las hembras humanas. Si todavía no se ha hecho, alguien debería dedicar una tesis doctoral a estudiar la figura de la puta en la literatura. Iba a decir en la literatura española (y catalana), pero un repaso mental por autores famosos de todos los continentes deja la triste conclusión de su alcance universal y transcultural. Ya sea en aquel personaje de García Márquez que decidió regalarse una adolescente virgen a los noventa años o el padre de familia de Naguib Mahfuz que consumía bailarinas de la danza del vientre mientras tenía a la mujer encerrada en casa, pasando por todos los que durante el franquismo no escribían más que sobre las madres (santas) o las mariposas, hasta un personaje quien se sirve para satisfacerse. No es sólo que escriban sobre prostitutas, es que a menudo las representan con un desprecio vomitivo, un desprecio que coincide con lo que sienten muchos hombres reales cuando utilizan este tipo de servicios. Se sienten atraídos por las prostitutas pero las odian porque se venden, como si no fueran ellos quienes las compran y, por tanto, los responsables de la degradación de las consumidas. Son ellos quienes deberían sentir vergüenza por la inmoralidad y la falta de ética que supone utilizar una mujer que no les desea ni disfruta de la relación, una mujer que a menudo o ha sido violada por ser convertida en puta o parte de una situación de necesidad extrema. No les basta con violarlas a cambio de dinero sino que a menudo son ellos quienes contribuyen a fomentar su estigma social. Basta con ver cómo, en algunos diarios, se tacha a las víctimas de la trama Koldo y compañía como "señoritas de dudosa moral". ¿La moral dudosa no es más bien de quien se vale de su poder para tener a disposición a mujeres jóvenes como si fueran mercancías? ¿El estigma no debería recaer sobre quienes son capaces de intercambiarse seres humanos sin ningún tipo de escrúpulo?
La teoría feminista dice que el patriarcado dispuso que cada hombre tuviera (como mínimo) a una mujer mediante el matrimonio y que hubiera algunas a disposición de todos, que son aquellas a las que se puede tener acceso mediante el pago de una tarifa. Recuerdo que hablaba de ello la feminista socialista Ángeles Álvarez en una conferencia en la escuela feminista Rosario Acuña, y como ejemplo ponía una pancarta que se ve que unos aficionados al fútbol habían colgado en un estadio y que decía "Shakira es de todos" cuando lo que jugaba era Piqué (y la pareja aún no se había separado). Quizás ya no hay tantos escritores de los que no conocen más mujeres que las que encuentran en los prostíbulos, pero es evidente que el imaginario colectivo sigue imponiendo los dos tipos: las que son "para uno" y las que son "para libertad ni para todas". Y mientras siga normalizada la explotación. de igualdad Mientras haya hombres que piensen que nos pueden comprar y puedan hacerlo porque no es delito, todas continuaremos atrapadas en este esquema rancio y obsoleto.