Juntos, el PSOE y la erosión de la democracia


La política se ha ido convirtiendo en performativa. Los contenidos, objetivos y representación de intereses no están en la primera capa de lo político. Predomina el concepto de escenificación, de la construcción de un relato, no tanto que soporte una visión racionalizadora como que apele a la dimensión emocional. No se trata tanto de "hacer" o actuar para lograr algo, como de demostrar que "se es" para consumo y reforzamiento de acólitos, para marcar el perímetro y, de paso, debilitar a los rivales convertidos en "el otro". Este lenguaje de polaridad, de negación y desafío continuado afirman algunos politólogos que ahora es lo necesario para estar en el juego de ganar o desalojar la ocupación del poder en un momento determinado. Hay a quien le gusta hablar de manera engolada de los spin doctors, una especie de personajes maquiavélicos más propios de Juego de Tronos que parece que son los que susurran al oído de los líderes políticos que cuentan. Una especie de magos, faltados de proyecto, ideas o moral que prometen llevarte a hombros al poder y que se han apropiado de toda dignidad que pudiera quedarle en la política para convertirla en un juego de suma cero con unos efectos social y culturalmente absolutamente destructivos. Gente sin principios a quienes no les han enseñado que, en democracia, las formas constituyen el fondo de los proyectos. Que incendiar el bosque por un calor temporal te proporciona muchos años de tierra quemada.
La estrategia de la tensión en la que se ha instalado Junts en Madrid, de hecho el único sitio donde hace política, tiene mucho de eso. Un alarde de descalificaciones, amenazas, desprecios por, después de haber acumulado notables costes para la consideración de la política, acabar cediendo. El posible beneficio colectivo de lo pactado ha quedado desgastado y consumido por el camino. El ciudadano lo que ve es una muestra de prepotencia, supremacismo, catalanismo rancio y ningún tipo de preocupación por lo que realmente se trata. El coste político de estas escenificaciones resulta brutal, y no sólo para el PSOE, sino para la confianza y reputación del sistema político. En los tiempos que corren se experimenta por todas partes un desgaste de la cultura y la credibilidad democrática, comparable a lo sufrido en los años treinta del siglo XX. Incidir en actuaciones que vuelven a esta cultura más vulnerable y menospreciada es una auténtica irresponsabilidad. Juntos tenía derecho a contribuir a que se configurara un gobierno de progreso en España. Podía haber dicho que no. Si lo hizo, fue por una ley de amnistía en cuya redacción participó, con las dificultades políticas para que buena parte de la sociedad española y catalana lo entendiera. La izquierda catalana y española hizo una apuesta por la conciliación con Catalunya, a la vez que por la gobernabilidad. Y, sin embargo, no apoyó la primera votación de la ley de amnistía. Se trataba de desgastar y de exhibir una estrategia política que dé la impresión de que todo se extrae con fórceps y pagando "un elevado precio" y por adelantado. La deslealtad se ha convertido en una forma de practicar la política. No hay acuerdos ni pactos que valgan, menos lo que el país necesita. De lo que se trata es de atraer el foco, aunque en realidad se tenga poco que decir. Será bueno que algún día Míriam Nogueras evalúe el daño reputacional que ha provocado a la salud democrática ya la consideración de Catalunya, ya que la tentación a confundir la parte (pequeña) resulta evidente para unos y otros.
Se rechazó la convalidación del decreto ómnibus que llevaba, básicamente, medidas de tipo social (revalorización de las pensiones, bonificaciones en el transporte...) justificándolo con la falsedad que llevaba incorporado un alza de precios de los alimentos. Una falsedad y una inmoralidad a la que también recurrió el PP. La ciudadanía, vote lo que vote, no puede entenderlo si al final y después de un alud de chapuzas y escenificaciones para enaltecerse acaba por votar favorablemente. No es una estrategia política ni razonable ni comprensible. No es que haya una visión diferente o un intento de derribar al gobierno. Se quiere debilitar el sistema, el Estado y la ciudadanía de buena fe. Básicamente, se hace "porque se puede", para reclamar la atención y querer aparentar lo que no se es. Por mucha aritmética que ponemos, 7 de 350 diputados dan para lo que dan. Hacerse valer está bien, hacer los milhombres, no tanto. Será muy difícil recuperar la credibilidad de la política mientras los líderes y grupos políticos no sean estables y fiables, mientras estén pendientes de una continua actuación, de giros de guión y de una tendencia enfermiza al predominio de acciones propias de cuadros egocéntricos y narcisistas que de políticos en ejercicio de una actividad que requiere. Fracasada la estrategia del Proceso, veo a opinadores y políticos afirmando que ahora vuelve la antigua Convergència. Debía marcharse muy lejos, porque de momento no se ve por ninguna parte.