El PSOE (y el PSC) más sanchista

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Pedro Sánchez en una imagen de archivo durante la segunda jornada del debate de la nación al Congreso.

Pedro Sánchez no da tregua. El presidente español y líder del PSOE está decidido a hacer olvidar la sacudida andaluza ante un PP embalado. Primero sacó el máximo partido y crédito personal de la cumbre de la OTAN, presentándose como el anfitrión perfecto y el socio fiable para Biden y el Europa anti-Putin. Después aprovechó el debate de política general para hacer un giro a la izquierda y aplacar así la incomodidad de sus socios de Podemos. A continuación reactivó la mesa de diálogo y las relaciones con Pere Aragonès para asegurarse una mínima sintonía con ERC. Y ahora anuncia un fortalecimiento de la simbiosis entre Moncloa y partido, con la creación de un núcleo duro de 9 nombres formado básicamente por ministros y veteranos. Por si alguien todavía dudaba, el PSOE es cada vez más sanchista y Sánchez es cada vez más fuerte. O, cuando menos, cuanto más va más se rodea de un entorno supercohesionado. No quiere fisuras. Y todavía podría provocar una crisis de gobierno en septiembre para acabar de perfilar un ejecutivo que le dé máximas garantías, no ya de supervivencia, sino de reforzamiento estratégico e ideológico.

¿Y por qué, todo esto? Visto el empujón del PP de Feijóo, Sánchez se está preparando para presentar batalla en otoño. Le urge recuperar terreno en la derecha supuestamente moderada del nuevo líder popular. Aspira, pues, a tener un segundo tramo de la legislatura ascendente. Como las turbulencias económicas no ayudan y, en el mejor de los casos, solo se alargarán, necesita que gobierno y partido vayan perfectamente alineados para llegar sin más sustos a la presidencia de la UE (España la ostentará de julio a diciembre del 2023), y entonces, bajo el efecto de este mandato, convocar elecciones. Este es el plan para vallar el paso a una derecha rearmada.

Un plan dentro del cual está por ver como trampeará la cuestión catalana, siempre incendiaria: la derecha pirómana la tiene como su munición preferida. En todo caso, está claro que la tiene presente porque sus catalanes, los del PSC, están más representados que nunca tanto en la ejecutiva del PSOE (con cinco nombres, incluido el mismo Miquel Iceta) como en el sanedrín de los 9, donde además de Iceta también hay Eva Granados, que a la vez es la portavoz socialista en el Senado. Además, Sánchez mantiene una estrecha sintonía con Salvador Illa, que, a pesar de no estar en ninguno de los dos grupos, tiene línea directa con el presidente español. O sea: el PSC nunca había sido tan influyente en el PSOE y a la vez nunca había dependido y se había ligado tanto a la suerte del socialismo español.

El sanchismo se ha convertido, pues, en una máquina de poder muy bien engrasada. En términos estratégicos, no hay duda de su habilidad. Otra cosa es su credibilidad en términos de visión y proyecto de país: de hecho, los tumbos de Pedro Sánchez –recordamos que pasó de querer gobernar con Albert Rivera a hacerlo con Pablo Iglesias– no han hecho más que alimentar el aplauso de los estrategas y a la vez generar dudas sobre cuál es realmente su rumbo político. El pragmatismo es una virtud hasta que, a base de abusar, se convierte en un defecto. Sánchez tiene partido y tiene gobierno, lo que no está tan claro es qué país tiene en la cabeza. Empezando, por ejemplo, por el modelo territorial.

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