Hay una página web, How Rich Am I?, donde si pones tus ingresos anuales netos te dice cuál es tu nivel de riqueza respecto a la población mundial. Por ejemplo, si dices que vives en España y tienes unas entradas de 22.000 euros después de impuestos, sin nadie (ningún hijo o padre) a cargo, el resultado es que formas parte del 3,5% de los más ricos del mundo. Si con el mismo sueldo dices que en casa sois dos adultos (la pareja no tiene ingresos) y un hijo, todavía estás entre el 13% más rico. Es probable que el coste de la vida de cada lugar no esté suficientemente ponderado, pero aun así da impresión. Pese a las crisis y el malestar, aunque la clase media se esté encogiendo y crezcan las diferencias internas, los occidentales tenemos un nivel de vida y una seguridad envidiables si nos comparamos con países como la India (el más poblado del planeta) o con continentes como África. Somos unos privilegiados, lo que no impide que se pueda y deba reclamarse una mejor distribución de la riqueza en nuestra sociedad, donde el ascensor social ha dejado de funcionar para mucha gente y hay bolsas de pobreza y marginalidad enquistadas , tal y como explicó hace unos días Mònica Bernabé desde el barrio badalonés de Sant Roc.
Pero el mundo se ha hecho pequeño y, por lo tanto, también es pertinente compararnos con la humanidad entera. Podemos viajar por todas partes y tenemos acceso a información suficientemente precisa sobre lo que ocurre en la otra punta del planeta. No hay excusa para no saber, para ignorar. Sabemos que huyendo de la miseria llegan miles de inmigrantes a la fortaleza europea y sabemos que muchos mueren por el camino. Esta semana, en la cena solidaria de la Fundación Pere Tarrés, Ismael Tiguissan, de 22 años, explicó entre lágrimas su periplo desde que con 13 años se marchó de Guinea Conakry: en 3 años recorrió 5.364 kilómetros. Hoy vive en un piso con un amigo en Mataró y trabaja de fontanero.
La globalización nos ha hecho ciudadanos del mundo y pone cada día en contradicción, para quien quiera verlo, nuestro bienestar. Pero cuesta renunciar a nada, claro. Todos creemos que tenemos derecho a ello y que nos lo hemos ganado. Y esto es también verdad en la inmensa mayoría de casos. Nos comparamos con los que tenemos más cerca y aspiramos a mejorar nuestra situación económica, a progresar, a asegurar el futuro de nuestra familia, una pulsión muy natural.
En realidad, poca gente se considera rica y, por supuesto, nadie que ingrese 22.000 euros al año. Tampoco alguien que ingrese el doble. Siempre existe un rico más rico. Y siempre tendremos el ejemplo obsceno de los superricos (¡atención!: ahora hay quienes reclaman pagar más impuestos, como los británicos de In Tax We Trust). Por un lado, la riqueza nos deslumbra y, por otro, ideológica y moralmente está mal vista: late en nuestro subconsciente una mezcla de cristianismo y marxismo, aunque hemos ido perdiendo tanto la caridad/solidaridad del primero como el espíritu transformador del segundo. Quizás los lectores de edad avanzada recuerden "la buena obra" diaria que había que hacer antaño. Hoy preferimos considerarnos víctimas del capitalismo global tecnológico y monopolístico, que ciertamente está debilitando a los poderes públicos que lo habían matizado y limitado (keynesianismo y estado del bienestar). La caída de la URSS, contrapeso ideológico, no llevó el fin de la historia, pero sí dejó paso al neoliberalismo, que hoy campa alegremente también por Rusia e incluso por una China que ha dado el salto a un capitalismo dictatorial de estado.
Pero todo esto no obsta para que estemos entre los ricos del mundo. ¿Arregla algo, saberlo? Un poco. La misma página web How Rich Am I forma parte de la campaña Giving what we can. Para los desconfiados, todavía hay una página –digamos– más eficaz para hacer llegar dinero a quien lo necesite: GiveDirectly. Y por la calle ya hay mendigos que tienen Bizum. Entre nosotros, el mundo de la solidaridad lleva décadas bien organizado y lleno de iniciativas, con un luchador tercer sector (entidades sociales sin ánimo de lucro). Seamos ricos o no, no hay excusa para no ayudar a quienes no lo son nada.