Razones por las que no hay que ver el calamar

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Si ya os sentís empachados incluso antes de tragaros vuestra ración de los calamares que os ofrece Netflix, tranquilos. No es obligatorio ver El juego del calamar, especialmente si lo que habéis oído, leído o visto de la serie ya os da miedo. Si necesitáis motivos para justificar vuestra objeción de conciencia al fenómeno del año de Netflix, aquí tenéis unos cuántos. 1) La violencia como cebo. El uso de la crueldad y el sadismo que explota esta ficción es el factor principal de su éxito. La violencia descarnada que anestesia la sensibilidad de buena parte de los espectadores los lleva a leer el salvajismo de estas escenas en clave de comedia. Pero no lo es. Si no os sentís cómodos con la exhibición de la inhumanidad como espectáculo, no hace falta que veáis la serie. Los juegos infantiles como dinámica para asesinar a concursantes provocan una simplificación y concentración de la barbarie que es tan adictiva como atroz. Si sois de los que necesitáis que las sobredosis de perversidad como mínimo estén bien argumentadas, El juego del calamar no es vuestra serie. 2) Si sois unos espectadores que más allá de la encriptación y las influencias otros géneros audiovisuales u otras ficciones necesitáis que haya un buen discurso que sostenga la simbología, podéis prescindir del calamar de Netflix. Si os importa más el fondo que la forma, no es vuestra serie. El juego del calamar es una crítica, sin duda, a cómo el capitalismo ha devorado la cultura oriental, llevando a la deshumanización y miseria de sus individuos. Y la prueba radica en el hecho que las escenas de máxima crueldad del juego están ambientadas, por contraste, con música occidental. Mientras todos hablan coreano, el líder del juego es el único que habla en inglés con los que mueven los hilos del espectáculo macabro. No es causalidad. 3) Si más allá de un fenómeno adictivo o de un mensaje elemental lo que necesitáis es coherencia, El juego del calamar no puede sostenerse. “Has intentado corromper la esencia del juego: la igualdad”, dice uno de los personajes a otro que ha hecho trampas. Pero la ficción no sostiene esta teoría, porque ni siquiera es habilidosa al contradecir las teorías machistas que pone de relieve. También intenta premiar una meritocracia entre las clases más bajas con una dinámica que, en realidad, solo consigue estigmatizarlas todavía más. Los protagonistas son miserables por su propia inconsciencia, avaricia y mala gestión.

El juego del calamar engancha porque la dinámica es extraordinariamente sencilla y aplica la crueldad en dosis concentradas que facilitan el seguimiento del espectador. Si sentís curiosidad por el fenómeno y su impacto social, tenéis que acompañar a adolescentes en el visionado, creéis que os puede ir bien como tema de conversación, sois capaces de mantener una distancia con la crueldad o sencillamente necesitáis tener un posicionamiento ante la serie, miradla. Pero no os sintáis obligados a creer que la repercusión mediática la convierte en buena. Demasiado calamar para tan poco arroz.

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