Hacia una red de centros de resiliencia energética

El aeropuerto de Lisboa Humberto Delgado el 29 de abril, una vez normalizado.
03/05/2025
3 min

Después del gran apagón, es natural y necesario hacerse la pregunta "¿Y ahora qué?". La podemos plantear en muchos campos: qué inversiones en la red pueden ayudar, cómo desplegar más bombeo y más baterías, revisar los protocolos de seguridad y las subastas de productos secundarios (los que aportan soporte a la red), etc. Hoy me concentraré en cómo prepararnos por si vuelve a suceder.

En un contexto de cambio climático acelerado y creciente inestabilidad energética, la capacidad de mantener servicios básicos en funcionamiento en situaciones de emergencia se ha convertido en una prioridad estratégica. El día del apagón teníamos una buena temperatura y se pudo avanzar con cierta normalidad, pero en días de mucho calor o de mucho frío un apagón de larga duración puede ser extremadamente peligroso. Uno de los pasos más inteligentes y asequibles que podemos dar como sociedad es transformar los centros con placas solares en puntos de resiliencia energética mediante la instalación de baterías.

Muchos centros de salud, escuelas y otros equipamientos públicos ya disponen de sistemas fotovoltaicos en tejado. Sin embargo, la falta de sistemas de almacenamiento limita su utilidad en las horas de sol y, sobre todo, los hace inoperativos en caso de apagado eléctrico. Incorporar baterías no sólo permitiría maximizar el uso de la energía solar durante todo el año, sino que también garantizaría una fuente de energía fiable en situaciones de crisis –como tormentas, incendios forestales o cortes eléctricos prolongados.

Estos centros de resiliencia distribuidos pueden actuar como puntos de apoyo comunitario: manteniendo la refrigeración de medicamentos; ofreciendo puntos de carga para dispositivos esenciales, temperaturas adecuadas y ventilación, y proporcionando espacios seguros e iluminados cuando el suministro convencional falla. Además, en breve estos centros podrán conectarse con vehículos eléctricos de los servicios de emergencia o municipales, los cuales, gracias a la tecnología de carga bidireccional (V2G), podrán aportar energía a la red del centro en momentos críticos. Esto aumentará aún más su capacidad de respuesta y autonomía, y convertirá a estos centros y estos vehículos en piezas clave del sistema de resiliencia local.

En lugares como Texas o Sudáfrica, donde los apagones son más frecuentes, los hogares con más recursos optan por instalar sistemas de autoconsumo con baterías de forma privada. Sin embargo, esta seguridad energética no debería depender exclusivamente de la iniciativa individual ni de la capacidad económica de cada familia. Es imprescindible una intervención pública decidida que asegure que ningún barrio ni pueblo quede atrás. La planificación estratégica y el impulso institucional son clave para garantizar una cobertura justa y equilibrada en el conjunto del territorio.

Invertir ahora en esta red de centros de resiliencia no es sólo una medida de prevención: es una apuesta clara por la sostenibilidad, la soberanía energética y la cohesión social. En definitiva, es una herramienta de justicia climática y energética que puede marcar la diferencia entre la vulnerabilidad y la seguridad colectiva. Hace ya muchos años colaboré en un proyecto en California que desplegaba estos centros en zonas desfavorecidas. Conté la iniciativa hace unos años en diversas instituciones, para ver si podíamos ser líderes en resiliencia en Europa, pero la percepción fue que era demasiado catastrófica y que aquí no hacía falta. Espero que ahora que las baterías son más baratas y los riesgos más evidentes seamos capaces de ver el gran valor de protegernos comunitariamente.

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